Month: September 2014

Academics Anonymous: an open letter to university ‘leaders’

Dear leaders,

I address you as “leaders” because, for some reason (perhaps manager comes too close to rhyming with janitor for your liking), you’ve increasingly taken to styling yourselves in this way. How grand. How imposing. How spurious.

Leaders are followed. The capacity and willingness to drive people along with the use of the pitchfork of threatened redundancy or the flaming torch of disciplinary action does not make a leader and the mere fact that you so brazenly call yourselves leaders is evidence of the malaise that prompts me to write.

For the record, if you’re not Alexander, Napoleon, Monty or the modern equivalent you’re not really a leader. Be neither managers nor leaders. Be provosts, masters, principals, vice-chancellors, rectors, deans, registrars, bursars. How quaint. How medieval. How refreshing.

Some problems

I know you think I ought to feel insignificant, as a mere teaching and research drone. My saying any of this is, of course, in forlorn hope. You listen to us all, and ignore us all: very egalitarian; very democratic.

Dictators (elected or not) always ignore everyone who’s not a member of the ruling clique. You’re not collegial just because you go around addressing people as colleagues all the time. Actually, there’s an inverse relationship. The more you say it, the more you show that you don’t really believe it. You simply want secure fiefdoms for the members of your cliques at the expense of making others into vassals with even fewer rights than hitherto.

Everything is directed towards that end. You break your own rules and make it up as you go along to suit yourselves. There is no genuine collegiality, no trust, no sense of equality in a republic of ideas.

So, whether you’re elected leaders (as in older universities such as mine) or appointed, your currency is the same: ill-conceived change to entrench the interests of your cliques and for the sake of being seen to do something. It’s a simple truth, but lost on people who “lead”, that all progress requires change but not all change constitutes progress. There is such a thing as change for the worse and that’s what you’re presiding over. Take three examples:

• Instead of standing up for the idea of the university against the league tablers you prefer riding the tail of that tiger – taking the credit when an institution’s on the up and making sure we catch the blame when it’s falling.

• Seemingly, there’s never enough money… except when there’s more for new administrative staff: courtiers for the ruling clique.

• And, of course, there’s money to pay for rebranding. (But don’t you realise that the only thing any branding consultant ever sells is him- or herself? They persuade the shallow-minded to think in their terms and sell the idea that they can unerringly influence others as well.)

Some solutions

1) Defend what we do against governments and other external interests with vigour and courage.

2) Don’t change for the sake of being seen to do something and don’t confuse change with progress.

3) Accept that the university is a community made up of all those who serve it, not your plaything; nobody can be sacrificed in your name.

4) Stay involved, but don’t interfere. (Although there’s more science in scientology than management science.)

5) Trust academics to do good work. (Almost all of them do.)

6) Favour principles, not rules, but follow the rules you have and stop letting power win over truth and reason.

7) Remember that culture trumps system.

8) Stop thinking and speaking in the terms given by the deadly triumvirate: pseudo-intellectuals, neo-liberals and technofuturists.

9) Never again use the word strategy: with whom are you at war?

10) Stop calling people colleagues until you’ve learned to mean it.

Yours,

Homo Academicus

PS. I’m sorry if I’ve written this in something too much like English for your liking, not enough”going forwards”, “high level vision statements” and so forth, but I still use words to reveal, not to obscure.

PPS. Are you remotely troubled that so many academics are resorting to anonymous writing/blogging to say these things?

This week’s anonymous academic is a professor in the arts and has taught in universities and colleges in Scotland, England and Ireland.

If you’d like to contribute an anonymous piece about the trials and tribulations of university life, contact claire.shaw@theguardian.com.

Taken from: http://www.theguardian.com/higher-education-network/blog/2014/aug/08/academics-anonymous-open-letter-university-leaders

El valor del saber

Valorsaber

El valor del saber

Por Santiago Carregui

La idea de que vivimos en una sociedad del conocimiento se ha convertido en un lugar común. El saber y la formación, se dice, son los principales recursos, y quien invierta en formación estará invirtiendo en el futuro. A primera vista parecería que se cumple así el sueño de una sociedad formada. Una segunda mirada es más bien decepcionante: mucho de lo que se presenta como “sociedad del conocimiento” no deja de ser un gesto retórico que tiene menos que ver con la idea de formación que con intereses políticos y económicos inmediatos. Uno tiene incluso la impresión de que en la sociedad del conocimiento precisamente lo que no tiene ningún valor propio es el conocimiento, en la medida en que el saber es definido de acuerdo con criterios, expectativas, aplicaciones y valoraciones externas.

Se dice que la sociedad del conocimiento ha sustituido a la sociedad industrial, pero da la impresión de que, al contrario, es el saber el que se ha industrializado de manera acelerada y se piensa la producción, transmisión, almacenamiento y aplicación del saber como si se tratara de un bien más. De hecho el lenguaje es muy delator: nos hablan de transferir la investigación en tecnologías, es decir, en zonas de rentabilidad económica.

La Universidad está sufriendo una enorme presión de funcionalización económica inmediata, lo que se pone de manifiesto en esa alianza ideológica entre las cantidades y la pedagogía, en virtud de la cual todo es resuelto en magnitudes contables y dispuesto para su utilidad mercantil gracias a una genérica capacitación pedagógica. Para comprender este proceso basta con reflexionar sobre la significación que tienen algunos procedimientos en marcha: la acreditación está todavía muy condicionada por el peso de las cantidades; los nuevos créditos ECTS están pensados a la medida de las normas industriales; la euforia del PowerPoint sirve para prescindir de las conexiones lógicas; el impulso del trabajo en equipo funciona como procedimiento para favorecer la homogeneización y disuadir de la creatividad individual; los rankings son un producto de la mentalidad del management aplicada a la enseñanza…

Quien pone sus habilidades cognitivas

a disposición de los mercados frenéticos

es una caricatura de

la formación humana

Lo que todo esto revela es que no estamos hablando tanto de formación como de un tipo de saber que es tratado como una materia prima y que convierte a los estudiantes en algo disponible para el mercado de trabajo. El saber y la formación no son ningún fin en sí, sino un medio para los mercados emergentes, la cualificación de los puestos de trabajo, la movilidad de los servicios y el crecimiento de la economía. No es extraño que el lenguaje de los valores inmateriales adopte la forma del capital: como capital humano, social o relacional. Toda capacidad humana se convierte en una capacidad de la que se puede hacer un balance. De ahí la dificultad a la que se enfrentan aquellas materias en las que se ejercita una forma de pensamiento que no tiene relación inmediata con una praxis, como las lenguas clásicas, las matemáticas, el arte, la música, la filosofía… Domina el modelo de la empleabilidad y la competitividad. Como nos advierten reiteradamente, en un mundo que cambia velozmente, en el que se modifican las competencias, habilidades y contenidos exigidos, la “falta de formación” (lo dicen con otras palabras, pero es esto) se convierte en una virtud que permite al sujeto, con flexibilidad, rapidez y sin cargas, ponerse a disposición de las exigencias del mercado.

Ahora bien el “hombre flexible”, que está dispuesto a aprender toda su vida, que pone sus habilidades cognitivas a disposición de los mercados frenéticos es una caricatura de la formación humana. Sin capacidad sintética, sin sentido ni interpretación, un saber así no es más que piezas prefabricadas (módulos y créditos), que se pueden poner a disposición de casi cualquier cosa y se olvidan. De un saber fragmentado y universalmente disponible no se sigue ningún ideal de formación ni de sentido crítico.

Todo esto revela un profundo desconcierto acerca de lo que significa el saber y de su utilidad social última. El saber es más que información con utilidad inmediata; es una forma de apropiación del mundo: conocimiento, comprensión y juicio. Sin reelaboración y apropiación subjetiva en términos de comprensión, la mayor parte de las informaciones se quedan como algo meramente exterior. A diferencia de la información, que es interpretación de datos en orden a la acción, el saber es una interpretación de datos en orden a describir su relación causal y su consistencia interna. Los datos y conceptos sólo se convierten en saber cuando pueden ser vinculados de acuerdo con criterios lógicos y consistentes que constituyan una totalidad con sentido. El saber existe únicamente allí donde algo es explicado o comprendido. Saber significa siempre poder dar una respuesta a la pregunta acerca del qué y el porqué.

El valor del saber que la Universidad está obligada a representar no es el del almacenamiento, la competencia o la utilidad inmediata. Cuando sostenemos que la Universidad es un espacio en el que hay docencia e investigación no estamos aludiendo a dos actividades que deban realizarse al mismo tiempo sino a la naturaleza del saber que se cultiva en la Universidad; que uno enseña lo que investiga e investiga lo que enseña quiere decir que nos interesa aquella dimensión del saber que lo tiene como algo provisional, revisable, discutible, sujeto a crítica; de alguna manera nos dedicamos a enseñar lo que no sabemos. Para el saber asegurado están otras academias de noble oficio.

La Universidad es el lugar de la problematización del saber, donde el saber es continuamente revisado y convertido en objeto de reflexión. Este tipo de saber no se puede producir donde no hay una cierta libertad frente a la utilidad, el imperativo de la relevancia para la praxis, la cercanía social, la actualidad. El saber en este sentido se escapa de los modelos estandarizables y reproducibles; remite siempre a una creatividad que no se puede institucionalizar en procedimientos que la aseguren. Y esto es precisamente lo que está en juego: la consideración del saber como una mercancía o como algo que tiene valor en sí mismo, como mera pericia que se transmite o como juicio crítico que cada uno (cada sujeto, cada generación) debe adquirir.

Tomado de http://cultura.elpais.com/cultura/2014/09/04/babelia/1409839711_470047.html

 

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