Una relación de sospecha

En su “Memory and Forgetting” el undécimo capitulo de Imagined Communities, Benedict Anderson escribe:

The photograph, fine child of the age of mechanical reproduction, is only the most peremptory of a huge modern accumulation of documentary evidence (birth certificates, diaries, report cards, letters, medical records, and the like) which simultaneously records a certain apparent continuity and emphasizes its loss from memory. Out of this estrangement comes a conception of personhood, identity … which, because it can not be ‘remembered’ must be narrated.

Esa idea provee un lente apto para examinar la relación entre individuo (entendido aquí como el narrador), escritura, y comunidad (entendido aquí como lectores) en las novelas El libro vacío de Josefina Vicens y Morirás lejos de José Emilio Pacheco.

Según esa formulación de Anderson (arriba), esa “evidencia documental” no representa la verdad, sino la reemplaza. Aunque una foto, por ejemplo, está basada en un evento autentico, la memoria de este evento eventualmente se reemplaza con la imagen congelado. Esta imagen nunca puede capturar la realidad completa; sólo puede mostrar un fragmento de la realidad. El marco de la foto elimina elementos importantes, o incluye elementos triviales y, por supuesto, la foto no puede capturar sonidos ni olores ni sentidos.

Además, según esa formulación, la identidad se base en una narración que está construida de esos fragmentos. Así, se puede cambiar una identidad si se reorganiza o se reemplaza algunos fragmentos dentro de la narrativa. Entonces él/ella que dirige los fragmentos de una narrativa también puede manejar una identidad, o aún una historia (que maneja la identidad de una comunidad) entera: El narrador crea historia (y no simplemente la recuerda) porque la narración siempre reemplaza los acontecimientos y hechos reales.

Los narradores de ambos El libro vacío y Morirás lejos lucha con esa gran responsabilidad del narrador, pero esa lucha manifiesta de maneras diferentes. En Libro vacío la responsabilidad de dirigir una narrativa le hace al narrador impotente. Escribe en su primer cuaderno (sin querer escribir), pero no puede escoger los fragmentos que va a llenar su segundo cuaderno: no puede dirigir los fragmentos “desmembrados”, por temor de narrar una identidad falsa. Escribe:

Si alguien desglosara mi cuaderno y me pidiera que ratificara aisladamente sus páginas, me negaría. No obstante, si lo haría en su conjunto porque de todos modos, deshilvanado, torpe y hasta contradictorio muchas veces, contiene mis ideas, mis acontecimientos, mis emociones. Puede no interesar a los demás, pero a mi, en su totalidad, me expresa. En cambio, desmembrado, no sólo no me expresa, sino que me desvirtúa y me traiciona, porque cada una de mis verdades deja de serlo si se la priva de su relación con las otras.

El narrador reconoce que separar y re/organizar los fragmentos de su narrativa, cambiará la “verdad,” y parece que no puede aceptar esa responsabilidad de escoger una identidad para presentar a una comunidad de lectores. Ciertamente, él sufre, por todo el libro, por la indecisión. Irónicamente, no decidir es decidir: en vez de escoger una identidad conscientemente —en vez de escoger fragmentos y organizarlos en su otro cuaderno—el narrador deja que la narración del primer cuaderno, el cuaderno sin revisión, representa su identidad al lector.

Así, el papel del lector o una comunidad (real o imaginario) de lectores, sin embargo, complica la narrativa: después de organizar los fragmentos, el narrador/autor tiene que dejar el control a los lectores. Por eso, no sólo es el individuo narrador que controla la historia.

En El libro vacío, es obvio que el narrador siente aún más impotencia a causa de esa perdida de control, y por eso resuelve a no mostrar su libro a nadie salvo su hijo (o tal vez nadie, aún su hijo). Al fin, obviamente, tiene lectores, y entonces el/la lector tiene que cuestionar su papel en la narrativa: ¿es voyeur? Y, confrontado con tanta contradicción (aún el marco del texto parece falso—supuestamente eso es su cuaderno secreto, sin lectores), el lector debe preguntar, ¿hay verdad en la narración? ¿Debo yo, el lector, escoger la verdad?

La narración en Morirás lejos parece aún mas complicado, y la relación entre narrador, escritura y lectores es aún más confusa. Al principio, el/la lector no sabe quien es narrador. ¿Quién ha escogido y organizado los fragmentos? Los fragmentos de “evidencia documentaria” que aparece entre la narración del “eme” y “Alguien” en la banca parecen desconectada a esta narración, pero no obstante parecen también narrados (no aparece los documentos sin mediación). ¿Qué tiene que ver “Alguien” y “eme” con la destrucción del Templo por los Romanos, o con la destrucción del gueto de Varsovia? Gradualmente el lector empieza a darse cuenta de que Alguien es, tal vez, el narrador de esos fragmentos de historia. ¿Pero es narrador de la narración sobre “Alguien,” también? ¿Quién escribe las notas al pie de página? Y, ¿quién escribe esa nota a sus lectores?:

…el narrador ha dicho quien puede ser el hombre sentado pero no tenemos sino vaguísimas referencias a eme. Fiel a sus monótonas elipsis, a su forma de pasar el tiempo y deshacer la tensión de una inminencia, el narrador propone ahora un sistema de posibilidades afines con objeto de que tú escojes la que creas verdadura.

 Ciertamente, los lectores tienen que buscar y escoger la verdad, porque los marcos del texto parecen contradecir al contenido.

 

En ambos textos, por último, la relación entre individuo, escritura y comunidad es tenue y variable. Es una relación de desconfianza y de sospecha.

One thought on “Una relación de sospecha

  1. La muerte me da puede definirse como poesía por la discontinuidad y fragmentación que impregnan la novela. Desviada de la linealidad que suele asociarse con la narrativa y, la novela se convierte en una cierta poesía por la ruptura del orden, y el derrumbamiento de las certidumbres. Esta característica laberíntica y fragmentaria de la novela logra el efecto de lo ambiguo. De esta manera, crea un terreno fructífero para que la novela se convierta en poesía.
    La poesía juega un papel esencial en la novela. Las palabras de la autora muestran nítidamente la importancia de la poesía en su narración: “considero al poesía, de manera por demás tradicional y jerárquica, como la corona de toda escritura, como la meta de toda escritura” (38). Además la inclusión la prosa pizarnikana refuerza su postura poética
    Adicionalmente, La muerte me da se puede describir como poesía por la imposibilidad de un significado fijo en la narración. La autora refuerza esta vinculación entre su escritura y la poesía por la ausencia de una verdad absoluta: ¿Cómo decirle a la Detective que todo poema es la imposibilidad del lenguaje por producir la presencia en el mismo que, por ser lenguaje, es toda ausencia? ¿Cómo comunicarle a la Detective que la tarea del poema no es comunicar sino, lo contrario, proteger ese lugar secreto que resiste a toda comunicación, a toda transmisión, a todo esfuerzo de traducción? (56).
    Rivera Garza crea una narración laberíntica, borrando las líneas entre la realidad y la ficción. De esta manera, no sólo aparece el autor ficcionalizado, Cristina Rivera Garza como personaje, sino que se establece una correlación entre el análisis “de la prosa de pizarnik con el propio estilo de la novela. Con este juego constante entre la realidad y la ficción, Rivera Garza crea una narración impermeable que resiste a todo esfuerzo de traducción fija.
    Esta postura poética de la novela se centra una posición axial en la que el lector ocupa un papel significativo en eslabón comunicativo. Julia Kristeva escarba la mobilidad de la posición axial de la narración: “We could say that the matrix of enunciation structures a subjectal space in which strictly speaking there is no unique or fixed subject, but in this space, the signifying process is organized, that is provided with meaning as soon as it encounters the two ends of the communicative chain and, in between, the various crystallizations of “masks” or “protagonists” corresponding to the signifying process’ abutments as parental and social structures” (91).
    La novela se parece a la poesía por la idea de lo incierto: el tema, el ritmo, el estilo muestran explícitamente el concepto de lo incierto. La novela juega con la idea de la incertidumbre, un aspecto esencial de la poesía. Además, la novela se ve como poesía por la multiplicidad de interpretaciones para el tema de la castración. La castración posee un conjunto de significados. Se puede decir que alude a una castración simbólica, una ruptura del orden y el desmembramiento de la narración. De esa manera, la novela se convierte en poesía por su experimentación en la línea simbólica con el espacio semiótico.
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