La estructura narrativa de La muerte me da es como una matrioska en donde Cristina Rivera Garza, la lectora biográfica se posiciona en el centro. Por consiguiente cabe afirmar que en el texto hay dos Cristina Rivera Garza y las dos es lo mismo, la lectora biográfica y la lectora ficcional.
El centro de la novela, el capítulo cuatro es a su vez una relectura de Diarios de Alejandra Pizarnik hecha por la lectora biográfica que nos lleva al análisis del deseo de Pizarnik por escribir prosa, una prosa que esta siendo escrita a su vez en La muerte me da. El asesino en el texto es y no es quien dice ser, pasa de ser Joachima Abramovic a Roberta, quien es a su vez el desdoble de la artista Lynn Hershman. Las cuatro artistas mencionadas en el texto son la misma persona, y no es casualidad que sean artistas que trabajen con el body art, puesto que es a través del cuerpo que una asesina se comunica en La muerte me da.
Rivera Garza considera clave las ideas que Pizarnik desarrolla en su diario, especialmente, aquellas que hablan de “composiciones sueltas”, como la matrioska. El lector de La muerte me da se enfrenta a una narrativa fragmentada, que intenta a través de la escritura (la de Cristina Rivera Garza y la de Pizarnik) y de lectura (la nuestra, de la Informante y La Detective) unir piezas como si de un rompecabezas se tratase. Pensando entonces en partes o “composiciones sueltas” el texto está formado de ocho capítulos y, es un espacio como dice Julia Kristeva “in which, strictly speaking, there is no unique and fixed subject…” (91). También el texto está dividido, además de capítulos, en entradas que se inscriben en el mismo texto, dando así apariencia de continuidad en la narrativa, como si tratara de ofrecer una conexión entre la parte y la unidad. La matrioska entonces es la parte, la unidad, todos y uno, el centro vacío del que hablaba Gina Pane en La muerte me da.