El episodio que analizaré para esta entrada del Blog se desarrolla entre las páginas 340 y 342 de la novela Anatomía de la memoria (en la edición que creo todos tenemos). El episodio comienza con la frase “TODOS ESTABAN CALLADOS…” y concluye con la frase “Si te lo digo, muchacho, Lida se me muere del susto”.
En este breve episodio – uno de los más breves, si no el más compacto y autónomo de toda la novela (con esto me refiero a los límites formales claros que separan a este fragmento de otras partes del texto) – se desarrolla un tema que considero es importante tanto para el desenvolvimiento de la trama de la novela como para analizar la misma estructura y composición del texto, a saber: ¿cómo reconstruimos una narrativa? ¿cómo funciona la memoria dentro de esta empresa? ¿cómo reconstruir un hecho pasado es una acción que se desarrolla en medio de la tensión entre memoria y ficción?
Antes de analizar el fragmento, es importante localizarlo dentro de la trama. El episodio forma parte de la cuarta parte de Anatomía de la memoria, “Hígado, linfa, bilis, médula”, y lo interesante es que se introduce como una interrupción entre dos imperativos que exigen recordar algo: La primera palabra del fragmento que viene antes de este episodio comienza con la palabra “RECUERDA” (303), y entre las primeras palabras del fragmento que viene después también encontramos la misma palabra (342); además, es preciso señalar que esta cuarta parte de la novela se desarrolla gracias a la voz narrativa que pide constantemente que se recuerde (¿al lector, a algún personaje de la novela, a la novela misma, a la voz misma?). Así, a lo largo de estos fragmentos podemos encontrar repetidas veces, y de manera insistente y prescriptiva el imperativo “Recuerda”. Entonces, la posición del episodio que analizaré está en medio, como dije, interrumpiendo el imperativo de recordar, la operación de la memoria, para reflexionar, de forma acotada y usando el mismo material/contenido del recuerdo, cómo el ejercicio de recordar opera… cómo reconstruimos el pasado con ayuda de nuestra memoria.
Ahora bien, ¿cómo se reconstruye una historia? ¿cómo actualizamos el pasado en el presente por medio de la memoria y las palabras?
Los cuadros pintados en las paredes de la actual casa de Macedonio y Lida, que antes se nos habían dicho que eran retratos de sus familiares, resultan ser imágenes alteradas, retocadas, por la mano de Macedonio, y realmente los cuadros representan la genealogía de Carlos Ciriaco, antiguo propietario de la Botica y de la casa adjunta. “Liberato, pensando en su hermana, se pasó la tare arreglándole la cara a la pintura de una mujer sentada en un sillón de terciopelo verde para que se pareciera, según él, a la madre de los dos, que murió joven” (340).
Así, la genealogía de Macedonio y Amalia se revela al lector, y a Salomón, como una genealogía maquillada. Afirmar que la genealogía de estos dos protagonistas es falsa, creo, sería incorrecto. No es asunto de emitir un juicio sobre la falsedad o verosimilitud de lo narrado, del pasado, de corroborar su valides, sino de señalar cómo reconstruimos los recuerdos, cómo narramos el pasado, con base en una memoria que está atravesada, contaminada siempre tanto por la materialidad que nos rodea como por nuestras pulsiones inconscientes. Así, entonces, el rostro de la madre que Macedonio dibuja ni siquiera es realmente el rostro de su madre, sino que copió “la imagen de la fotografía de Berenice, la mujer a la que escribía Carlos Ciriaco” (340): una operación de diferir el referente constantemente, un suplemento del suplemento que soporta el recuerdo: la figura de la madre se suplementa con un rostro pintado, que es el rostro de una fotografía, fotografía que es el suplemento de otra figura (Berenice), que a su vez se pinta sobre el rostro de otra figura…
Pero la contaminación del recuerdo, esta cadena de suplementos, no disminuye su efectividad, su calidad de recuerdo: “ambos hicieron como si nadie se enterara, como si todo fuera así desde siempre” (340), ambos se dicen, el uno al otro (Macedonio y Amalia), una “mentira” a la que se acostumbran, y que deja de ser “mentira” (si acaso alguna vez fue mentira), no para ser verdad, sino para convertirse en recuerdo actual, en memoria. Así, “nosotros nos acostumbramos a ellos [recuerdos, genealogía…], y ellos se acostumbraron a nosotros” (340).
La historia de Macedonia, Amalia y Lida (hija), entonces, que está en el centro de la novela, se nos devela como una construcción más, una tensión más entre lo que se recuerda, se inventa, se maquilla, se disfraza: la estructura misma de la memoria, y la estructura misma de la novela. Al igual que Macedonio, que “burdamente les hacía más grandes los labios, más pequeños los ojos, les ponía más pelo para hacer menos ancha la frente” (340) a las figuras de los cuadros, la voz narrativa, Salomón, Orígenes y todos los personajes de la novela, cincelan sus recuerdos, y por extensión, cincelan la misma novela, cambiando sus forma, alterando sus cuerpos, y de esta manera construyendo el recuerdo, la memoria y el libro: la alteración de los cuerpos que Macedonio interviene es un reflejo análogo a la forma cómo la misma novela se construye y estructura con base a los recuerdos: cuerpos alterados.
…
“¿Está seguro de que fue así” (341), pregunta Salomón; “Seguro no, pero así me lo contaron; eso es la historia ¿no?, lo que le cuentan a uno” (341)… y como uno lo cuenta… responde Macedonio
“¿son inventos? ¿no existen?” (341), insiste Salomón; “Si existe, pero no es nadie”, replica Macedonio. Ahora existen, pero es una existencia sin un referente explícito e inequívoco en el pasado, el presente o el porvenir. Es una existencia que sobrevive en el recuerdo contaminado, desleal, incompleto y reconstruido por la palabra. Existe porque así lo cuenta Macedonio, porque al pintarlos sobre las paredes de la casa los hace sensibles, así las formas de sus cuerpos no correspondan a ninguna realidad: “¿qué son los recuerdos si no los hacemos palpables?” (341). Y, ¿acaso esta no es la operación de la novela? Hacer palpable un cuerpo, darle una forma, hacerla presente, así ese presente esté/sea vacío y solo anuncie la ausencia y la imposibilidad de la recuperación del hecho fidedigno.
Y al acostumbrarnos a estas operaciones y empresas de la memoria, como Macedonio y Amalia lo han hecho, y como los lectores de Anatomía de la memoria seguramente también lo hemos hecho, no estamos aventurando nuestros modos de lectura, nuestra forma de habitar un presente, de volvernos sujetos: “¿Quién va a reconocer que tiene un presente compuesto a partir de dos o tres mentiras?, a veces uno se da cuenta de la mentira, se lo digo por que lo sé, uno se da cuenta, lo descubre, pero comprende que es mejor lo otro, el no decirlo, o más todavía: el seguir en la mentira, sostenerla, ¿verdad?, para que nadie se muera del susto” (342).
Y con el susto concluye el episodio. ¿Susto? ¿A qué? ¿De qué peligros nos salva esta operación de la memoria? ¿De qué peligros nos salva esta operación de la novela? ¿Contra que nos protege el recuerdo, la memoria, contaminada por la ficción? Quizá de ver de frente, cara a cara, el vacío que nos constituye… de operar con un recuerdo vaciado de nosotros mismos… de darnos cuenta que es mejor tener un presente compuesto de dos o tres mentiras que un presente (subjetividad) vacío, compuesto de nada… las mentiras, el recuerdo trastocado, la ficción quizá nos sostiene en un presente que ha sido despojado de los grandes mitos que nos soportaban, que nos subjetivizaban… son estas ficciones las que nos dan un soporte, las que nos protegen del susto y nos tranquilizan al engañarnos, con nuestra complicidad, que “siempre hay un antecedente, un antes de todo” (341).