¿Realidad o la ficción? ¿Vida o muerte?

La autora relata dos historias, una desde la perspectiva de una mujer, quien vive con su esposo, su bebe y un niño que le llaman “mediano”. La mujer recuerda su pasado en Nueva York, y sus encuentros con el fantasma de Gilbert Owen, poeta que reside en Nueva York durante la década de los veinte La vida de las dos personas son enlazadas y la autora se siente una conexión extraña con la vida de Owen.
Estas dos voces componen la novela. La narradora que relata sus años de juventud como editora en Nueva York. El narrador, Gilberto Owen al borde de la muerte, recuerda su juventud a finales de los años veinte , su vida literaria neoyorquina, a lado de escritores como Louis Zukofsky y Garcia Lorca.
Los ingrávidos escarba la vida desdoblada de la autora como narradora, personaje, madre y esposa. La escritura desvela su personalidad desdoblada y su búsqueda de escapar de su vida asfixiante donde lucha por un espacio propio: “En esta casa tan grande no tengo un lugar para escribir. Sobre mi mesa de trabajo hay panales, cochecitos, transformes, biberones, sonaja, objetos que aún no termino de descifrar. Cosas minúsculas ocupan todo el espacio” (13).
La escritura parece desdoblada donde la autora juega constantemente con la realidad y la ficción. La autora distorsiona los acontecimientos reales e imaginarios. La realidad de la narradora se hace entrelazada con su ficción hasta tal punto que su vida se vuelve indistinguible de la ficción. La fibra de la ficción empieza a modificar la realidad, borrando las imbricaciones entre la realidad y la ficción: “La narradora descubre que mientras hilvana un relato, el tejido de su realidad inmediata se degasta y quiebra. La fibra de la realidad empieza a modificar la realidad y no viceversa, como debía ser. Ninguna de las dos cosas es sacrificable. El único remedio, la única manera de salvar todos los planos de la historia es cerrar una cortina y alzar otra” (63). Además, la autora distorsiona la realidad para que aparezca más verosímil. Su encuentro con Moby cambia al metro a la banca de un parque para que sea más verosímil: “Conocí a Moby en el metro y aunque esa sea la verdad, no es verosímil, porque la gente normal, como Moby y yo, no se conoce nunca en el metro. Podría escribir en vez: Conocí a Moby en la banca de un parque” (26).
La novela parece desdoblada con el cruzamiento del pasado con el presente. La autora trata de escribir de su pasado en el presente y escribir “una novela horizontal, contada verticalmente” (4l). Las preguntas de su marido sirven como interrupciones del pasado con el presente. La narración se convierte en un texto fragmentario con las interrupciones del pasado, el diálogo y el retrato atrás. La autora lucha por escribir una novela cohesiva y “no una novela fragmentaria”(41), mientras la novela lucha contra el orden y la linealidad.
El desdoblamiento se pone de manifiesta con la autora como ser “fantasmal,” que “vivía en un estado perpetuo de comunión con los muertos”. La autora como ser vivo y muerto a la vez, ha dejado de vivir, ha sido “existiendo”, anónimo, como los ingrávidos. La autora escarba la distinción entre la vida y la muerte, mostrando que ambas son dos caras de la misma moneda: “Alguna vez leí en un libro de Saul Bellow que la diferencia entre estar vivo y estar muerto radica solo en el punto de vista: los vivos miran desde el centro hacia afuera, y los muertos desde la periferia hacia algún tipo de centro” (32).
Su vida se asemeja a la muerte, y sus palabra “existe’ en vez de “vive” capta nítidamente este sentido desdoblado entre “viviendo” y “existiendo” : “Existe el niño mediano y la bebe. Existe una casa, el crujido de la duela antigua, los estremecimientos internos de las cosas que poseemos, las ventanas palimpsésticas que guardan huellas de manos y de labios. Existimos mi marido y yo, aunque cada vez existimos más por separado, y existen también los vecinos, la vecindad, y las cucarachas que pasen en silenciao” (83).
Utiliza la escritura como espacio de vivir libremente. Los fantasmas de su pasado son “vivos” con un nombre, una identidad. La autora se convierte en un fantasma, anónimo sin identidad luchando por un espacio propio para “vivir” en vez de “existir”. Utiliza la escritura como vehículo de escapar de su mundo asfixiante y fantasmagórico, viviendo plenamente a través de la ficción.

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