Adelanto exclusivo del último libro póstumo de Fogwill sobre sus sueños.

 

 

Claro que vivo. Pero esto es provisorio. Permanente es lo que no vivo. Se dice: “Ay …¡si uno pudiera…!”. Pero no. No pudiera, uno. Y aunque se pudriese conjugando como es debido, uno jamás podría. (…) Mmmmmmm de mudo. La mutación del alma, más buena letra y a otra cosa. Por ejemplo, al relato. Había una vez que yo soñé algo y lo olvidé. Ese sueño y sus no imágenes me siguen hasta hoy, cuando han pasado casi treinta y nueve años. A eso se llama vivir, o haber vivido, pendiente de un olvido. Es natural ahora, cuando el olvido roe las neuronas, pero aún recuerdo que aquella vez, hace casi cuarenta años, soñé y olvidé y desde entonces pienso que el grueso de la memoria se compone de cosas negras hechas de puro olvido. La memoria está llena de olvido, llena de olvido, vacía de sí, llena de olvido, casi hecha de puro olvido. Uno mismo termina hecho de puro olvido. Durante un tiempo me propuse recordar los sueños, es decir, olvidar el menor número posible de sueños. Joven, pronto imaginé que bastaba tomarlos en serio y recordarlos al despertar y evocarlos un par de veces, un rato después de despertar, para fijarlos en la memoria. Por un tiempo. Parece que el sueño sucede en un espacio (¿será la mente, la conciencia, el interior…?) al que vendrían a caer los sueños siguientes para desplazarlos a otro lado. La nada oscura.

Sueño del 6 de enero
Es el comienzo del ciclo escolar y voy a una escuela de Buenos Aires. En una esquina siembro en el agujero de un árbol unas semillas de marihuana. Después me llevan con una comitiva oficial a una escuela pobre del suburbio y a la vuelta cuento el viaje y paso por mi esquina. Una planta ha crecido y florece. No me atrevo a cosecharla, pero al alejarme, veo que un hippoide se acerca y la reconoce. Tal vez la robe.

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“Acabo de ver que Kirchner se desvanecía a través de una puerta”.