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La ciudad no es una isla: Sobre Eduardo Lalo, Simone y la literatura puertorriqueña

 

 

La ciudad no es una isla

 

Cuando hace poco más de un mes el puertorriqueño Eduardo Lalo recibió el premio Rómulo Gallegos por su novela Simone, la sorpresa fue grata, más aún si se tiene en cuenta que el libro ya estaba publicadoen Argentina por Corregidor, en 2011. La obra de Lalo se abre al ensayo personal, el fragmento y el cruce con lo visual a partir de dibujos y fotografías, y sobre todo reivindica una relación cultural profunda con la zona del Caribe, y en su conjunto con América latina.

 Por Susana Cella

Casi nadie reparó en la publicación, en 2011, por parte de una editorial argentina, de la novela titulada Simone, del puertorriqueño Eduardo Lalo. Fue dos años después, cuando, precisamente por este texto, ganó el conocido premio Rómulo Gallegos, que logró despertar interés respecto de su propia trayectoria, y también, quizá, como proyección, de la literatura contemporánea de esa isla caribeña. Entre los jurados estuvo Ricardo Piglia, quien destacó, además de los méritos de la obra, un suelo común: “Puerto Rico es un país latinoamericano, nos sentimos latinoamericanos. Somos una cultura de resistencia”. En sintonía con la opinión de Piglia, y en diálogo para esta nota sobre su reciente premio, Lalo señala: “He comentado mucho la invisibilidad de Puerto Rico. Esto me ha ayudado a pensar muchos asuntos del mundo. No somos una aberración, sino la frontera extrema de América latina. En este sentido nos encontramos en un continuo y hemos sido siempre un territorio de peligros y seducciones, pero también de resistencias”. Y esta resistencia ancla fuertemente en la preservación de la lengua castellana para incluirse en la tradición literaria compartida con el resto de las ex colonias españolas frente a los intentos de imposición del inglés, en ese estado libre asociado, de la metrópoli yanqui.

Se trata entonces de una identidad que en la obra se manifiesta a partir de un preciso lugar que determina cómo y qué se enuncia: “Mi trabajo se centra en mi país pero no se limita a él. Más que una serie de circunstancias históricas, interpreto a Puerto Rico como una condición. En este sentido lo exploro, lo investigo, lo pienso sabiendo que es mi único lugar en el mundo, un lugar que amo y me duele como ningún otro. Mi vida transcurrió sobre estas calles, aquí conocí todas las palabras del mundo”.

Antes de Simone, reunió en La isla silente tres libros misceláneos (En el Burger King de la Calle San Francisco; Libro de textos y Ciudades e islas). Siguieron Los pies de San Juan y donde (que incorporan la imagen visual), luego una novela, La inutilidad. Desde el primer título, queda de manifiesto tanto la importancia otorgada a su lugar de origen (isla, Puerto Rico, San Juan) como a los espacios urbanos. Los países invisibles, de 2008, reafirman estos rasgos en una escritura montada sobre desplazamientos, tanto por muchos lugares como en cuanto al paso de un género a otro, por ejemplo relatos de viaje, crónica, crítica, tramos introspectivos y aun testimonio. Así, en El deseo del lápiz: castigo, urbanismo, escritura, con el espesor resultante de ser un libro donde se incorporan y se reflexiona sobre escritos y dibujos de presos de una cárcel de San Juan, mediante la foto y el ensayo.

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Giorgio Agamben: “En Europa asistimos a un vaciamiento de la democracia”

-En su libro sorprende que la mayor parte de los autores analizados son poetas. A excepción de Elsa Morante, Carlo Emilio Gadda y Giorgio Manganelli, no hay menciones de otros narradores. ¿No le parece una operación selectiva excluyente?

-Aquí el canon y la visión personal convergen. Yo tengo una visión de la literatura italiana en la que prevalece el polo dantesco y, por lo tanto, profundamente antipetraquista. Y en lo moderno, a favor de la prosa de Leopardi y categóricamente antimanzoniana. Manganelli es para mí el mayor narrador italiano de la segunda mitad del siglo XX. Elsa Morante está presente también por razones íntimas. Ella, más que una amiga (yo tenía veintidós años cuando Juan Rodolfo Wilcock me la presentó), me inició no sólo en la literatura sino también en la vida.

-¿Y qué recuerda de Wilcock?

-Conocí a Wilcock en Roma en 1962 o 1963. Yo tenía veinte años y él era el primer escritor que conocía de cerca. El encuentro no fue fácil, porque Johnny -como lo llamaban los amigos- era el individuo más extravagante que conocí en mi vida. Te paralizaba tanto por su esnobismo como por sus silencios. Cuando lo conocí, estudiaba Wittgenstein (me contó que le había dado unas clases a Moravia) y se sentía a gusto con la literatura y con la filosofía. Su anticonformismo es significativo ya en el título de la revista que escribía casi solo: L’Intelligenza. Era un cuerpo ajeno al ambiente romano, pero conocía y frecuentaba a los escritores más importantes.

Giorgio Agamben: “En Europa asistimos a un vaciamiento de la democracia” – 22.03.2013 – lanacion.com  .

Julia Kristeva: El joven moderno necesita ideales que nadie le propone

El joven moderno necesita ideales que nadie le propone

Adorada por la vanguardia literaria francesa, antes de su llegada a Buenos Aires, la intelectual cree que el psicoanálisis es la solución para la crisis existencial actual

Por Luisa Corradini  | LA NACION

PARIS.- Roland Barthes rindió homenaje a su inteligencia en un famoso artículo titulado La extranjera.

“Es la intrusa por excelencia, aquella que desplaza las cosas, que no cesa de destruir la presuposición de moda que tranquiliza o llena de orgullo (…). En una palabra, es aquella capaz de revelar la singularidad de un texto”, afirmaba Barthes, uno de los padres del estructuralismo, refiriéndose a Julia Kristeva.

El futuro demostraría, en efecto, la curiosidad intelectual inagotable de esa mujer ejemplar, que llegó a Francia desde su Bulgaria natal con apenas 24 años decidida a hacer su tesis doctoral sobre el nouveau roman, y terminó convirtiéndose en una de las intelectuales más respetadas del mundo.

“Acababa de llegar de su país con una valija y cinco dólares. La gente la trataba de comunista, de espía. Vino a entrevistarme y nunca más me separé de ella. Era extremadamente bella e inteligente”, confiesa su marido, el célebre escritor Philippe Sollers.

“Hay que decir que en aquella época [1965] no había muchos extranjeros en Francia y tampoco muchas mujeres que se movieran en el universo intelectual. Gracias a eso tuve un cálido recibimiento. No sólo de Barthes, sino también de la vanguardia literaria de Saint Germain des Prés”, relató a LNR, en vísperas de iniciar un viaje a Buenos Aires.

Junto con Sollers, Kristeva formó parte del grupo que animaba la revista de vanguardia Tel Quel que también integraban Barthes, Michel Foucault, Jacques Derrida, Jean-Louis Baudry, Denis Roche y Umberto Eco. Alentada por ese excepcional caldo de cultura, en 1967 inventó las nociones de intertextualidad y dialoguismo.

Lea la entrevista en Julia Kristeva: “El joven moderno necesita ideales que nadie le propone” – 06.11.2011 – lanacion.com  .

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