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Los Post(s)-Seniors
Aprovecho la Semana Santa, cuando se saca a pasear a tant@ sant@ de otra vida, la cual además dicen que resucita en la gloria, para indagar un poco más en lo de la supuesta longevidad de las canas y repostear este re-post sobre Seniors.
Los encantadores de serpientes te mercadean hoy con lo de la segunda vida de los seniors. Y efectivamente cuando uno se levanta por la mañana e intenta adivinar cuál de las extremidades te puede doler menos, y/o acudes a l@s matasan@s, — casi siempre prefiero la franqueza arrulladora de la voz femenina para estos casos –, las respuestas son siempre motivadoras, porque efectivamente no has pasado a mejor vida.
Esto me lleva a reflexionar sobre la intervención (22 y 23 de marzo de 2023) en el Congreso de los Diputados español de Ramón Tamames, dicen que antiguo militante del Partido Comunista de España a partir de 1956 hasta su fallida fuga al Centro Democrático Social de Agustín Rodríguez Sahagún en 1989. Ahora, defendió una moción de censura a favor de un partido ultramontano, intolerante, impresentable, añadir el calificativo ad hoc … — y por favor, no abusad del que empieza con f para evitar amalgamas históricas, galimatías luego difícil de desenmarañar. Partido este de ahora con Voz Latina, con v de vizcaíno, que ya se sabe en El Quiijote, era vizcaíno por tierra, Hidalgo por mar, Hidalgo por el diablo, o sea, el más español de los españoles anterior a los españoles, — el tío Paco admiraba la raza del Athletic, aunque lo pronunciaría sin el deletreo quejicoso con la h de la pérfida Albión, A.t.l.é.t.ic.o d.e B.i.l.b.a.o, desconociendo lo del all iron – alirón. En resumen, que en ningún caso, lo clásico y rancio mejora en lo moderno.
Por ello, quizás acercarnos a la necesidad en esos momentos de la vida, y en el caso de Tamames, ¿post-senior?, de cultivar algún tipo de filosofía que nos pueda ayudar a controlar algún errado discernimiento y convencimiento, quizás el escepticismo en busca de algún tipo de ataraxia ante el frenesí de las paparruchas que también manejó este fallido aspirante a presidente del gobierno.
O bien el cinismo clásico, dentro de una estrategia perruna, no ajena a cierta interpretación abyecta de Tamames, el cual como Diógenes de Sinope gatuno, pareció actuar con un soterrado despecho hacia el poder de la Voz Clásica, la cual como Alejandro Magno se desplazó por dos veces, a este Corinto madrileño, para luego, apartarse de la luz solar Tamamiana de la que quiere nutrirse la autarquía vital del cínico. Cínico inmovilismo ante el poder (armado Tamames con el báculo de su tercer pie) para mejor esgrimir el áspid y escupir supuestas verdades del barquero envueltas en la soberbia disfrazada de humildad, e instalada también en la segunda acepción moderna del cinismo, la de la hipocresía que escupe paparruchas con pies de barro.
Por ejemplo, la de la supuesta persecución del español o castellano de la Constitución de 1978, en Catalunya, lo cual no pueda implicar que la difusión de cualquier lengua no esconda también estrategias de fer país, de inculcar una simiente de la sangre, de la tierra y de la lengua de raíz romántica Herderiana, buscada por todo nacionalismo genético en naciones con aspiraciones de estado, como Catalunya, o en estados conformados, como los que yo llamo las Españas, pero con problemas de cohesión nacional y prejuicios pre-edénicos o prelapsarios, anglicismo para retrotraernos al lapsus anterior a Adán y Eva. Por ejemplo, uno mismo que acaba de regresar de Catalunya, se ha visto naturalmente obligado a expresarse en mi catalán de andar por casa, una vez sobrepasada la frontera de Fraga, no Iribarne, sino la del territorio de esa magnífica película Alcarràs: no poder abrir boca con algo que pueda recordar mi castellano materno, para, supongo, no acabar en alguna cheka lingüística de la Generalitat, a la cual sí me debieran conducir para pulir y dar esplendor, a mi abuso de la admirada lengua de Ramón Llull. ¡Por ejemplo, para esas tan complicadas palatales geminadas laterales (ll) de tan compleja sonoridad!
Por otro lado, el atisbo aperturtista de Tamames ante el pandemonio de la nación y las nacionalidades del título segundo de la Constitución de 1978, pudiera venir también justificado por su aprendizaje en una posible lectura estalinista del principio de nación, en recuerdo de aquella Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas en las que húngaros en 1956, y checos en 1968, entendieron a su pesar que ninguna supuesta independencia era posible lejos de los dictados de la madre Rusia. Y recordad Ucrania, hic et nunc, aquí al ladito. (Os recomiendo Fundamentalmente fantasías para la resistencia de Alfredo Sanzol) en el sala Valle-Inclán del CDC en Madrid. Sin obviar que la idea de la patria o ¿es la matria? finalmente permiten reunir las posturas enfrentadas para el conflicto territorial en las Españas, como si lo patriótico sirviera de bálsamo de Fierabrás para el resto de nuestras fundamentales cuitas económicas, sociales, medioambientales, etc. ¡Quo Vadis Españas ultramontanas, Catalunyas indepes, Euskadis postetarras et al, sin olvidar a otr@s siempre aspirantes a lo territorial en propiedad!
De todas formas, en Tamames, es archisabida su egolatría, la cual también se desprende en cierto sentido de su propia antroponimia: AMO (el) ÁMAME. Por lo tanto, el otro día asistimos a un nuevo ejercicio de descinicicación perruna-gatuna, o sea lo que el refrán ya enunciaba – no fallan ante tanto intelectual en busca de los tres pies, como uno mismo, gracias a la infalible prosapia popular: A perro viejo, añado –casi –, todo son pulgas … porque la luz del pseudo cínico acaba quemándolo y envolviéndolo en esa supuesta autocracia absorbente que Tamames esgrimió contra el actual gobierno de Pedro Sánchez, mientras se escudaba entre el dudoso fastidio, en ese cinismo hipócrita de segunda generación, cuando exclamó quid prodest (¿a quién beneficia?) ante lo que supongo, fue una deseada y premeditada filtración anterior de su discurso a los supuestos medios de comunicación podemitas. Un cínico siempre puede esconder a un narciso.
Aunque sí hay que reconocerle a Tamames cierta acertada retranca, acuciado por la necesidad post-senior, supongo, de aliviarse y almorzar, cuando interrumpió la perorata, ajena a casi todo lo expresado por el candidato, a través de una lectura sin fin de Pedro Sánchez, vía unas pesadísimas cuartillas redactadas por su equipo asesor, capaces de dormir a los dos leones (Hipómenes y Atalanta) del Congreso. Por cierto, en esta época de cancelación, ¿cómo es que alguna de sus señorías deshacedoras de entuertos, no ha solicitado ya cancelar y reenviar el bronce de los felinos, extraído de los cañones de la huestes tetauníes en la batalla de Wad-Ras, a los herederos del sultán Muley el-Abbás, retratado por don Benito en Aita Tettauen? Barrunto que para tant@s modern@s, el Garbancero les parecería desfasado, no sólo porque ya no puede ser carne de series de unos cuantos minutos móviles, –¡él que se hinchó de cobrar por palabra! –, y además, incapaz como hombre, supongo, de retratar a personajes femeninos como Fortunata y Jacinta — exquisita transposición de Mario Camus –.
A su vez, nada nos debiera sorprender de todo lo anterior si lo observamos con cierta perspectiva histórica, la que reclamaba doña Rosa en el café de La colmena. Después del año de 1956, Ramón Tamames junto con otros hijos de la burguesía, mayoritariamente vencedores de la Guerra Civil, es captado tras su estancia en la cárcel de Carabanchel, relativamente breve, por Jorge Semprún, alias Federico Sánchez, enviado a Madrid por el Partido Comunista de Santiago Carrillo, para hegemonizar de intelectuales orgánicos una anticipada Transición, cimentada por una supuesta estrategia comunista de reconciliación nacional. Mirar así hacia el futuro de una salida democrática y constitucional, sin los daños del pasado: por ejemplo, asesinatos de abogados laboralistas a manos de la extrema derecha en los Siete días de enero de 1977, retratados por Juan Antonio Bardem. Finalmente, caído Carrillo del caballo de una imposible ruptura, –¿verdaderamente creyó en ella el viejo zorro? –según ya le alertaban Fernando Claudín y Semprún en los años 60, el Partido Comunista de España se retra(c)ta en 1977 con el brillante Tamames sosteniendo la bandera comunista, tan roja como la nacional española.
Protegido Tamames tras su salida de la cárcel por un catedrático de Economía Política, Naharro Mora, antiguo miliciano de la cultura del Ejército Popular de la República, pacifista armado en el cuartel de los Carabancheles de noviembre de 1936 con la Cartilla Escolar Antifascista, — magnífica exposición en el Instituto Cervantes en Alcalá –, el joven economista publica gracias a su maestro su tesis doctoral, Estructura Económica de España en 1960, el luego posterior y sinécdoquico Tamames de 26 ediciones. En la Facultad de Derecho de aquella Universidad, entonces, de Madrid, hoy Complutense, en cuyos alrededores recuerdo supuraban todavía muchas heridas del frente de Madrid, algunos catedráticos como Naharro Mora, aunque denunciados por rojos y depurados, habían logrado regresar a las aulas. El franquismo, me recordaba Fabián Estapé, o escribió Jorge Semprún, no acabó con toda la sociedad civil, entre ella, la universidad, y aquellos profesores recuperados se mantuvieron fieles a los principios de sus maestros institucionistas de la universidad de la Restauración y de la Segunda República, sin permitir dimes y diretes a la dictadura. Naharro Mora, luego perseguido en los 70 por los guerrilleros de Cristo Rey, ojito con los fantasmas — intentó ensanchar el caletre de sus discípulos, — alguno dijo que poseía un destacable shit detector —.
Había bebido, entre otros, en el manantial del libre pensamiento socialista de la Academia Matritense de Estudios Superiores de la calle la Luna 29, también arrasada por aquella maldita guerra de 1936, y regida por su padre, Isidro Naharro López hasta su fallecimiento en 1935, donde había enseñado uno de los padres de la constitución republicana de 1931, el socialista Luis Jiménez de Asúa. Milagroso sobreviviente a un atentado falangista en enero de 1936, y posterior presidente de la República en el exilio en Argentina (1961-1970), Naharro Mora acudía para visitarlo al Buenos Aires del destierro. Allí, el penalista Jiménez de Asúa había plantado la simientes de la justicia universal en un posterior discípulo y víctima de la represión contra la FUE en la Universidad Complutense de los años 40, Manuel de Rivacoba, compañero de Manuel Lamana y un hijo de otro presidente republicano en el exilio, Nicolás Sánchez Albornoz, sobreviviente y recientemente homenajeado en la Facultad de Filosofía y Letras de la Complutense que todavía desconoce los mementos de aquellos abusos contra el paisaje arquitectónico y el paisanaje pensador.
Luis Jiménez de Asúa (dcha) junto a Julián Zugazagoitia, luego secuestrado y deportado éste de Francia a España (1940), a instancias de José Félix de Lequerica, embajador franquista en Francia, y fusilado por la dictadura de Franco
Manuel Lamana (izq) y Nicolás Sánchez Albornoz (centro) en el campo de concentración de Cuelgamuros (antiguo Valle de los Caídos) tras su detención y condena por su reivindicación de una universidad libre en 1946. Gracias a la ayuda de Bárbara Prost Salomon, entre otr@s, Lamana y Sánchez Albornoz se escaparían y exiliarían del recinto de dicho mausoleo, construido con mano de obra de prisioneros republicanos, facilitada con sueldos esclavos por la dictadura a favor de los constructores de la época. Se puede consultar: “Otros hombres, otras mujeres, otras historias.” Insula 641 (2000): 10, 15 y 16 (https://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/de-exilios-interxilios-y-sus-literaturas-0/html/01809f0a-82b2-11df-acc7-002185ce6064_2.html#I_0_).
En 1973, en el volumen séptimo de la Historia de España dirigida por Miguel Artola, Tamames había también portado su mirada económica hacia la Guerra Civil, con una lectura coherente de la tesis comunista sobre la pertinencia de la defensa numantina republicana de Juan Negrín ante la traición de Casado, la cual abrió las compuertas a la catarata de la definitiva represión criminal indiscriminada del franquismo.
Muchos años después, en 2011, Tamames sostuvo un encendido debate con l@s asistentes al seminario Diásporas y Fronteras, que organizo desde 2002 en Llanes, l@s cuales ya no podían compartir una mirada de futuro sin cortapisas ante un pasado plagado por las minas de memorias ocultadas e hirientes. De nuevo, no había en los propósitos de Tamames contradicción alguna, anclado en su lectura entre 1956 y 1977, en una aplicación de manual de lo que Ortega y Gasset explicó para la teoría de las generaciones, las cuales frente a la supuesta liquidez vital de Zygmunt Bauman, por lo general quedan marcadas por momentos freudianamente fundacionales en la existencia, incapaces de superar las bardas del corral machadiano de dicha temporalidad, la cual, entre la neblina de la correspondiente ideología, suele impedir atisbar, o por lo menos, desdibujar la maleza y parásitos entre los árboles del bosque.
Décadas después de que Ramón Tamames, archi-privilegiado aprendiz de libre pensador que como yo, había frecuentado el oasis de libertad de las aulas del Liceo Francés de Marqués de la Ensenada 8 y 12, frente al Palacio de las Salesas, sede del Tribunal Supremo, pude reconstruir el perímetro de una mañana de 18 de abril de 1963, grabada indeleblemente en mi orbayumnémico. Gélida como si fuera una de aquellos inviernos interminables, grises, foscos, plúmbeos y pesados como una insoportable bóveda de hierro, reflejo de toda aquella época, tirito como alfeñique en pantalón corto y pantorrillas heladas tras las insuficientes y espartanas medias bajo la macilenta luz del aula, las grietas de las paredes húmedas tras la fábrica de piedra del antiguo palacio recuperado como escuela de raíz helénica, en la que se había ido dibujando, desde mi más remota conciencia, la tristeza indeleble de un país devastado frente al pausado análisis a través del método cartesiano, contradicciones que intelectual y vitalmente me han interesado a posteriori.
Aquella mañana, muchos años después, aprendí que, a pocos metros de la pizarra donde me enseñaron las pocas letras por las que me muevo, se estaba dictando la trágica sentencia, para la última víctima de la Guerra Civil de 1939, fusilada inmediatamente por aquella cruel dictadura: el compañero de clandestinidad de Jorge Semprún y de la supuesta ideología de Ramon Tamames, Julián Grimau, condenado en un pseudo juicio vía la jurisdicción militar, luego reemplazada por el sucedáneo del Tribunal de Orden Público, hoy Audiencia Nacional, rastro legal de aquel tiempo, juzgado inexistente en otros países de la Unión Europea. Y aquella mañana, por los ventanales oscurecidos de mi clase, hoy sede de ese tan mentado Consejo General del Poder Judicial, — ¡de nuevo Nietzsche y su eterno retorno! — se filtraron los angustiosos gritos roncos, casi como estertores, ecos de la desesperación de un puñado, imagino, de compañeros de Grimau que me enseñaron la palabra: amnistía.
Término que mi madre no supo (o no quiso) despejar, silente ante la presencia en el ascensor de un prosélito del Opus Dei, la Santa Mafia del libro de Jesús Ynfante, con el sello de Ruedo Ibérico, que mi padre debió dejar más tarde entre alguna pila accesible a mi curiosidad, todavía hoy en alguna de mis estanterías. Miembros de la Orden residían en un piso inferior del edificio en el que habitábamos en un destartalado subarriendo en la calle Tamayo y Baus frente al teatro María Guerrero. Allí, desde mi cuarto, con la nariz pegada al ventanal, había contemplado pasar ecos de cierta cultura de resistencia, a través de obras de Valle-Inclán, Antonio Gala, Chejov, anunciadas en el marco neoclásico de su vestíbulo, y había intuido tras el título de El círculo de tiza caucasiano de Bertolt Brecht, el escándalo ante la censura provocada por la mujer de Carrero Blanco cuando su estreno en 1971, año en que pude entrar legalmente en esa joya de nuestras salas teatrales. Paradójicamente, el Centro Dramático Nacional, cuya sede se encuentra en el María Guerrero, dinámico espejo de la escena actual dirigido hoy por el incisivo autor Alfredo Sanzol, ha programado recientemente una representación de El proceso de Kafka en la que ha contado con la magnífica interpretación de Carlos Hipólito, como si fuera una reproyección de la indefensión que sufrían los resistentes a la dictadura, (cualquier sistema arbitrario), o/y los barullos procedimentales que daña la renovación de cargos de las instituciones legales españolas actuales. Y curiosamente, compartí unos minutos tras la representación de la obra de Kafka con Gaspar Llamazares, antiguo portavoz de IU, el cual piensa que aquellos de entonces nunca se han ido, aunque yo no comparta, para explicar todos nuestros males, el recurso de sacar a pasear al santo, ése que ahora está en el cementerio de Mingorrubio (ver mi post https://blog.umd.edu/mondinaire/2022/11/27/while-generalissimo-franco-was-still-dead-on-november-20-2022-mientras-el-generalisimo-seguia-fiambre-el-20-de-noviembre-de-2022/).
Además, todos los martes por la mañana de mis recuerdos escolares, camino del Liceo, tenía que sortear una hilera de furgonetas armadas hasta los dientes, repletas de aquellos grises uniformados por el franquismo, o los secretas de la Dirección General de Seguridad, sede hoy la Comunidad de Madrid presidida por esa señora de cuyo nombre no quiero acordarme, donde ningún memento recuerda las torturas a Grimau y otr@s. Y de vez en cuando, aquellos de la siniestra brigada político-social o los grises me paraban para inspeccionar mi pesada cartera de inocente escolar con cuadernos y poemas de La Fontaine, Víctor Hugo, Antonio Machado, o libros con fragmentos de Voltaire, o cómics que nos intercambiábamos de Tintín o Astérix, casi todo en lingua franca poco recomendable para la época. Solían cerrar aquel sospechoso nido en potencia de octavillas como si allá hubiera pernoctado el diablo.
Amnistía, con la que en 1976 se conformaría el lema de Libertad y Estatuto de autonomía, evocados entre las prisas hoy por el memento escultórico de “El abrazo” que reproduce el cuadro de Juan Genovés, en la plaza de Antón Martín, donde fueron asesinados en enero de 1977, los compañeros laboralistas de esa Manuela Carmena, que el papa Francisco ha calificado de grande.
De nuevo, la defensa hacia la historia que realizó Tamames con un respeto casi litúrgico, me reporta a la sagaz tesis de Nietzsche respecto de la necesidad de una ciencia crítica que navegue en aguas salutíferas del olvido para evitar la locura platónica de un Ireneo Funes borgiano. Replicado por la diputada Yolanda Díaz, ésta se bañó en el flujo de la memoria gremial del partido en el que teóricamente militó Tamames, pero desconocedora también de las falacias de ésta, de las que también nos alertó el compañero de Jorge Semprún, fallecido en Buchenwald, Maurice Halbwachs. Y Tamames no pudo reconocer que la supuesta historia en cuyos surcos se forjaron los límites memoriosos de su punto de vista de 1956-77, aunque para la mayoría represente un espacio yermo y deshabitado, necesitado de reconstrucción subjetivamente científica como para todo relato histórico, en algunos casos, 87 años después a partir de 1936, sigue siendo, para nuestro ensimismado e incompleto presente, como toda actualidad, no un erial desconocido para tant@s, sino, a su vez, memoria arqueológicamente viva. Por ella, algún@s otr@s post-seniors, buscan todavía las fosas comunes cavadas y repletas, mayormente por l@s fusilad@s de la dictadura triunfante tras el fallido golpe de estado con trama fascista transnacional de 17 de julio de 1936 y consecuente Guerra Civil, para que se logre establecer el archivo forense de l@s anteseniors suy@s, y por lo menos, ¿un día? poder completar relatos históricamente coherentes, sin por ello obviar esas causalidades avant la lettre, revocadas por Tamames en línea con historiadores franquistas como Joaquín Arrarás o divulgadores cual Pío Moa: la existencia del golpe revolucionario socialista y anarcosindicalista asturiano, o indepe catalán de octubre de 1934, y todo lo que pudiera ser pertinente. Pero todo en su sitio … Non foteu …
Y hasta cuando apelaba Tamames al pasado remoto, habría que evitar sonrojarse con los panfletos como los de María Elvira Roca Barea que pido critiquen mis estudiantes para mejor dilucidar desde las sombras imperiales, no sólo las leyendas negras de los demás, gracias al tu quoque y/o tú más, — ya que la aspiración a la bondad sólo nos inclina al infierno de Pascal –. Mejor divulgar, desde luego, sin ápice de culpabilidad hoy, aquello de lo que no somos responsables, pero sí hacia lo que estamos educativamente obligados a conocer, como la oscuridad de la trata y la esclavitud, tan prolongadas en nuestro pasado colonial, para así contrastarlas a las luces, p. ej., de debates teológicos que nos acercarían a los insatisfactorios y metafísicos derechos humanos actuales. ¿Por qué tenemos que esperar a que sea el Museo Metropolitano de la ciudad de Nueva York el que inaugure próximamente una gran exposición en torno al esclavo de Velázquez, luego libertado a instancias del rey Felipe IV, Juan de Pareja y el tema de la esclavitud áurea? ¿Por qué no somos capaces de tomar la iniciativa para presentar un problema que atañe específicamente a nuestro pasado cultural, y del que podríamos dilucidar pertinentes conclusiones desde la extraordinaria riqueza de nuestra pinacoteca del Prado? Quizás porque siempre es más fácil, perdonad por otro refrán sanchesco al canto, fijarse en la paja en el ojo ajeno para olvidar la viga en el propio, o los que nos preocupamos por las llamadas hoy memorias democráticas, conocemos como el síndrome de la hipermnesia (Ver mi Entre alambradas y exilios. Sangrías de las Españas y terapias de Vichy, Biblioteca Nueva, 2017).
Por todo lo anterior, en época de espeso lenguaje de degüello, cualquier descendiente legalmente pertrechado por el recurso de invocar la dolorosa pero salutífera discreción, debería utilizar con moderación pero mano firme, la inhabilitación de sus mayores, — ojo no el de enviarnos al pudridero de la residencia para gagás, — os recomiendo El padre de Florian Zeller, literalmente reencarnado en cuerpo y alma post-senior en el histórico Teatro Romea de Barcelona por el maestro Josep María Pou, momento y memento únicos para nuestra salud senior –.
Así se debería apartar del recurso infantil al pataleo, a estos post-seniors obnibulados por la mercadería de la eterna juventud: el no saber envejecer ¿con cierta sabia dignidad? y evitar tanta batallita de la abuelitis, frente a la búsqueda del sereno relato de lo ajeno a través de lo propio, o en el caso de Tamames, la tuerta reivindicación de Isabel la Católica, cuya decimonónica estatua frente al Museo Nacional de Ciencias Naturales de Madrid, precisaría de una salutífera resignificación histórica como tanta estatuaria trasnochada que no eliminable o cancelable ¡Ojo al parche!
Estos quijotes degradados, tipo Tamames, tampoco podrían esgrimir la lanza astillada en la edad de hierro de la culpabilidad sin distingos de la falacia de los dos demonios de 1936, ma non troppo. Cual caballero cegado por quevedos desenfocados entre ocularizaciones transhumanas para trascender las cataratas de cualquier visión generacionalmente siempre limitada por señas de identidad indelebles, la triste figura de Tamames no atendió a los requerimientos de l@s Sanch@s, que le advertían acabaría apaleado por venteros y huéspedes más actuales, aunque desde luego, no cultivados en tantas áreas inútiles para la retórica de Twitter y Tik Tok. Y en el campo de la hiel, sería ridiculizado allí donde los molinos de la memoria giran con obsesivo destiempo, a la búsqueda del remiendo al pasado entre generaciones, o ajenas al tiempo histórico, o excedidas por la falta de resolución histórica ante la candente arqueología bélica del mal, y las postmemorias traficadas por una cándida inclinación al bien, lo cual me evoca un importante título de Tzvetan Todorov: Memorias del mal, tentación del bien.
Para así no privarnos a los seniors ad aeternitatem, de por lo menos, aspirar a regresar a nuestra aldea natal, — roda el món i torna al Born — derrotados por la entropía, pero al menos, sosegados en busca de alguna honrosa aunque escéptica nirvana entre los incansables y desapacibles gigantes de la historia, de nuestra historia …