El águila, el timonel, el patán, el exiliado, y el 11 de septiembre

2 oct El águila Naharro

https://youtu.be/0YVHMUJZKGg

 

El águila, el timonel,  el patán,  el exiliado,  y el 11 de septiembre

José María Naharro-Calderón

In memoriam de  Lauretta Clough, la cual tenía la gentileza de comentar estas  …

El estío de 2023 ha estado plagado de hitos para el  llamado nacionalismo trivial o cotidiano de Michael Billig y Tim Edensor.   Por actos de nacionalismo banal,  trivial o cotidiano me refiero a lo que Billig explica siguiendo a Benedict Anderson como lo imaginario de una comunidad que se olvida inconscientemente de la historia para residir en lo que Pierre Bourdieu llama el habitus, así como lo que Edensor estudia respecto de la superioridad nacional en origen a través de los deportes británicos,  faros morales y masculinos para  gobernar las colonias u otros territorios, gracias a estereotipos de identidad y otredad que emergen del (des)encuentro entre contextos culturales internos y externos para  la cotidianidad y estilos nacionales y deportivos.

Así, nos han llegado la  necrológicas de Federico Martín Bahamontes, primer vencedor español en 1959 del Tour de Francia; la de Guillerno Timoner, séxtuple campeón del mundo de medio fondo en  bicicleta tras moto  entre 1955 y 1965; la victoria en el campeonato del mundo de la selección española femenina de fútbol el 20 de agosto del corriente, con el subsiguiente asunto Rubiales;  una    declaración sobre una  amnistía para el  Procesisme de Carles Puigdemont, siempre calificado por sus partidarios y por  Pablo Iglesias,  ex vicepresidente de gobierno de Pedro Sánchez, como exiliado;  también  hemos recordado el 11 de septiembre el  cincuentenario del golpe de estado en Chile del general Pinochet, patrocinado por los EE. UU. contra la coalición de la Unidad Popular del luego suicidado presidente Salvador Allende.

En todos estos casos, como veremos, los  significantes onomásticos se confundirían con el  significado como parece desear  Crátilo en  el  diálogo socrático-platónico con Hermógenes, por su parte, aparente defensor de un signo arbitrario y no motivado naturalmente. Polémica lingüística en la que Sócrates parece inclinarse por las tesis convencionalistas,  ahora que   tres otras hablas oficiales como el catalán y sus derivadas, euskera y gallego, en partes de  las Españas (Cataluña, País Valenciano, Baleares, Euskadi y Galicia) aspiran a dar trabajo a traductores e intérpretes en las sesiones parlamentarias de las   cámaras representativas españolas.  Junto a  futuras peticiones analogas del andaluz, árabe, aragonés o fabla, asturleonés (bable o asturiano/u, montañés, cántabro/u, extremeño, altoextremeño o castúo, leonés), caló, canario, fala o cacereño septentrional, francés, panocha o murciano, portugués y rifeño,  sospecho, que traducciones e interpretaciones,  serán entonces  canalizadas  por la Inteligencia Artificial.

Nunca he entendido el por qué de las cortapisas políticas  a que se comparta más  la educación pública   en castellano  junto a otras lenguas oficiales de España, como si a pesar de la posición dominante del español, se aprendiera   por ósmosis, y no precisara   la enseñanza  reglada   de su sintaxis, su  historia, su literatura, como me consta se practica  en escuelas concertadas a las que acuden  el estudiantado de las élites en las Españas, por ejemplo, Artur Mas, uno de los políticos responsables de este guirigay. Pero no quiero abrir aquí el melón de los detalles sobre  la competencia en  las diferentes lenguas de las Españas, empobrecidas hoy por la falta de la práctica asidua de la  lectura, por ejemplo, de sus  literaturas.  Otra petición  similar sobre el uso del  catalán, euskera y gallego en las instituciones de la Unión Europea parece haber abierto la puerta a otros  miedos continentales ante un mayor debilitamiento  y desintegración regionales,  en vistas  de las amenazas rusas y   la creciente falta de cohesión entre los 27 estados miembros, donde el brexit envió ya una primera oleada de pánico, y en cuyas instituciones, el español sigue sin ser idioma oficial, frente al inglés como lingua franca, el francés y el alemán. ¿La casa por el tejado?

En la Europa del Mercado Común de los seis, frente a los ciclistas  franceses Anquetil, Poulidor, Geminiani, Darrigade … que entonces lo ganaban casi todo, surgió Bahamontes,  al que cualquier aspirante a  ciclista en nuestras Orbeas de cuatro ruedas, venerábamos con su efigie en nuestra chapas o identificábamos en nuestras canicas con las que reproducíamos la Vuelta a Francia en cualquier superficie urbana o natural  (parque o playa) ad hoc.   Nuevo camino francés industrialmente unido a la bicicleta, para la dinámica imagen de nuestros vecinos, ahora que el de Santiago de Compostela  se revitaliza también a través de nuestras tierras y costumbres que recorren los peregrinos actuales, por  el surco de  la primera guía turística: el Codex Calistinus del S. XII de  Aimeric Picaud.

Anquetil, Rivière, Bahamontes, Vuelta a Francia,  1959

 

Para más que un Tour,  el toledano fue apodado en el año del Tratado de Roma (1957) por el organizador de la ya legendaria carrera, el también periodista Jacques Goddet, como  el Águila de Toledo que planearía sobre  las altas cumbres. Y así echó a rodar y ascender  el  recuerdo del nacionalismo de las cosas representado por  el emblema  carolingio que preside la Puerta  Bisagra de la Imperial  ciudad del Tajo. Pero Bahamontes debió  decepcionar profundamente  a aquel dirigente del ciclismo entonces casi exclusivamente del club comunitario europeo,  y a muchos de los seguidores   patrios de la rapaz toledana, al desplomarse como tocada del ala,  y con su caída, cavar   de nuevo  durante  aquel Tour de 1957 nuevas trincheras para  las dos Españas. En aquel año de su bautismo aguileño, se retiró de la carrera tras comprobar el cisma  en el equipo español entre  Bahamontistas y Loroñistas, (en referencia a Jesús Loroño Artega, reciente ganador de la Vuelta a España), todo  en medio de una fenomenal rabieta encubierta  por un supuesto problema de salud.

Puerta  Bisagra, Toledo

No sé si  Goddet recordaba, que tras el   emblemático apelativo  al   rancio imperio, aleteaba   el  franquismo como pusilánime facilitador  de los esfuerzos del Eje nazi-fascista  durante la Segunda Guerra Mundial, a cambio de un sustancial y negado trozo colonial norteafricano francés, el cual  a punto estaba de independizarse entonces en  Argelia  (1962). Allí,  los exiliados españoles de 1939 habían sufrido, como en la metrópoli, múltiples penalidades concentracionarias, sin respeto hasta 1945 al  derecho de asilo político que Francia había reconocido como una de las cinco naciones firmantes inicialmente de   la Convención de Ginebra para Refugiados de 1933. Toledo representaba también el mito del heroísmo más determinante para aquella  endeble imagen justificadora de la dictadura, a través de la evocación de los héroes del Alcázar carolingio, espacio para la resistencia fundacional  y la valentía iluminadas por la divinidad a favor de los golpistas de 1936, en cuya fortaleza habían resistido entre el 21 de julio y el 27 de septiembre de 1936. Franco rápidamente entendió su valor simbólico y por ello demoró y frustró  una posible   entrada en Madrid en el otoño de 1936 para lograr una foto propagandística que le hacía Generalísimo indiscutible de la España rebelde de la España rebelde, como jefe del gobierno [y] eterno del estado, tras añadir su Hermanísimo  una natural y eterna conjunción copulativa sin fin  al decreto del 1 de octubre de 1936 (Cabanellas).

Alcázar de Toledo. Varela, Franco, Moscardó, Toledo 27 de septiembre de 1936

¿Conocía   Goddet  que el Delegado Nacional de Deportes español hasta 1956 no había  sido otro que aquel  antiguo coronel Moscardó, defensor del monumento toledano,  cuyo despacho de mando  se conserva con el supuesto mobiliario de origen? Hoy es visitable en  el Museo del Ejército, el más frecuentado  en las Españas,  sito en aquella fortaleza-palacio, el cual dispone de una museografía de primer rango, a pesar de algún debatible discurso que a veces la enmarca. Para el nacionalismo trivial del franquismo, ejemplificado fundamentalmente por los dos deportes claves de testosterona masculina como el fútbol y el ciclismo, nada podía ocurrir sin la omnipresente presencia de aquella endeble Delegación, de la misma forma que muchos ciudadanos han descubierto hoy la preeminencia de una federación deportiva como la futbolística, cuyo escudo y título encabeza la corona real como garante de la moralidad  de los supuestos  valores sociales que representa. Además,  los estadios de  fútbol  pueden ser sólidos mementos arqueológicos que, por ejemplo, blanquean las terribles memorias de aquel golpe de estado de Pinochet  y los suyos, como el Nacional de Santiago de Chile, o gracias a los chanchullos financieros para cubrir otros abusos de  derechos humanos en  países del Golfo Pérsico. En  Catar, Arabia Saudí, Barhein, o  Emiratos Árabes Unidos se han desembolsado parte de sus infinitos capitales en megaproyectos futbolísticos como la Copa del Mundo o en múltiples equipos de fútbol o ciclistas, deporte en el que  Israel también buscaría lavar su ¿irresoluble? conflicto palestino (Naharro https://blog.umd.edu/mondinaire/2022/11/27/while-generalissimo-franco-was-still-dead-on-november-20-2022-mientras-el-generalisimo-seguia-fiambre-el-20-de-noviembre-de-2022/).

En aquella España de la Santa Cruzada del nacional catolicismo, rebautizada por el cardenal Pla y Deniel, la transparencia logocéntrica de  apellidos, emblemas y símbolos podía ser interpretada como  signo doblemente  divino  para así mostrar que aquella nación de tan rancio abolengo, estaba para  siempre unida por la virtud casamentera de unos muy católicos monarcas tardomedievales que también habían ideado su mausoleo, sin estrenar, en San Juan de los Reyes toledano.  Así aquella España sólo podía ser  la elegida por y para la diestra del Padre en su  retorno al  paraíso terrenal perdido de la unidad, – Con el Imperio hacia Dios – y así  afianzarse y ejemplificar la síntesis tríadica descrita por   Levinger y Lytle  para los cimientos del  mito de lo nacional. Este está  basado en una edad de oro, su  subsiguiente decadencia y la promesa y recuperación gloriosa de aquella patria. ¿Les suena a Tornar  América grande de nuevo (Make  America Great Again) procedente de la doctrina decimonónica de la nación del Destino Manifiesto (Manifest Destiny)?

Pero si la disminuida,  subdesarrollada y autárquica España de la franqueza de su Caudillo no lograba económica ni políticamente sus objetivos imperiales, por lo menos los podía exhibir desde las altas cumbres de las que descendía como un Trajano hispano triunfante, por cierto con bastante prevención, un tal Ba(j)hamontes. O para satisfacer el mito conquistador  difundido en 1941 por  Jaime de Andrade, alias Franco,  filmado en 1942 por el cuñado de José Antonio Primo de Rivera, José Luis Saenz de Heredia en Raza, el ciclista Timoner  no habría sido otro que uno de esos almogávares que habían surcado  el Mediterráneo al mando de la nave aragonesa, reconquistadora de la Mallorca natal del atleta cargado de medallas. Aquel  Mare Nostrum aragonés desembocaría en las castellanas  Columnas de Hércules y así permitiría Plus Ultra  la globalización hispana   del Atlántico y Pacífico.

Triada que se ejemplificaba con otra lectura menos heroica para aquella franqueza determinista de la dictadura. En el  mismo año en el que el cénit toledano parecía confirmar  la recuperación imperial del mito, el Centinela de Occidente no dejaba lugar a dudas sobre la decadencia española que había acarreado su régimen de persecución y fosas comunes,  cuando al inaugurar el 1 de abril de aquel 1959, sobre los restos del campo de concentración de Cuelgamuros, el ominoso mausoleo de aquel  paradójico Valle de los Caídos, remarcaba que veinte años más tarde, la guerra no había terminado. “La anti-España fue vencida y derrotada, pero no está muerta […]  desde el exterior se intentó la reversión de nuestra Victoria […] Interesa que […]  que evitéis que el enemigo, siempre al acecho, pueda infiltrarse en vuestras filas”.  Y así Fernando Olmeda señaló que  “con este discurso, la idea de vencedores y vencidos qued[aba]  petrificada […] en la montaña de Cuelgamuros [mientras] Franco volvía a  jugar con el engaño de la reconciliación [ausente de] su discurso, [sin mención] a los caídos republicanos, ni tender la  mano a los vencidos”.

Prisioneros republicanos  de un  batallón disciplinario en el campo de concentración de Cuelgamuros del que se fugaron,  Manuel Lamana y Nicolás Sánchez Albornozhttps://blog.umd.edu/mondinaire/2023/04/04/los-post-seniors/

Mientras tanto, parte de aquella anti-España, la cual  había logrado preservar algún mimbre de inteligencia, perseverancia y cuidado de la res publica, fuera de las cárceles o el exilio, se ocupaba entonces de evitar un Despeñaperros nacional financiero, e invertía el sentido escatológico de aquel mausoleo donde dormía el bien sobre el mal, la virtud sobre el vicio o la luz sobre las tinieblas.  Y así, Fabià Estapé, Joan Sardá, militante de Esquerra Republicana de Catalunya, exiliado regresado antiespañol,  o luego un futuro presidente  y firmante de los Pactos de la Moncloa  de 1977,  Leopoldo Calvo-Sotelo,  a través de  José María Naharro Mora, se harían  eco de la modernidad de un tal  John Maynard Keynes. Precipitada  la  economía por el  Único Lector desde la lucecita de El Pardo hacia una  inédita suspensión de pagos contemporánea, y nuevas tarjetas de racionamiento, en el parte radiofónico del 18 de julio de 1959, tras las trompetas  del falseado inicio  bélico salvador en 1936,   y el de las fanfarrias de la victoria aguileña ciclista en Francia, ambos economistas  catalanes escucharon que España,  de paso, había entrado en la OCDE de París,  para  poder devaluar la moneda  en un 600% frente al $ de EE. UU., e iniciar una estabilización,  para   así   ¿evitar abyectamente? el hundimiento final del régimen gracias a la   bancarrota inflacionaria de Paco la culona.

Era el  mote de su correligionario de golpe, aunque masón y republicano,  Miguel Cabanellas Ferrer, para significar que su mando sería eterno, cuestión irónicamente reflejada en el  título de la entrega  cinematográfica de Alejandro Amenábar, Mientras dure la guerra (2019).  Cabanellas  también conocía  las garantías de exilio dorado que le había prometido  al dubitativo y calculador futuro Generalísimo, otro almogávar de las finanzas, Juan March, para asegurarse su tardía presencia, manipulada en las efemérides de la fracasada intentona que desembocó en aquella terrible guerra civil. En la trinchera opuesta, se encontraba Guillermo Cabanellas hijo, socialista y participante en la sublevación de Jaca de 1930, y exiliado a partir de 1937,  finalmente  a  Argentina.

Y en ese eterno ciclo de repeticiones a lo Nietzsche o de rimas a la  Mark Twain,  el  20 de agosto de 2023  de nuevo se cruzaron  guiños triviales de la historia de aquellas Españas. Todavía algunos la certifican como franquistamente desenterrada/ble, lo que califico como Sacar a pasear el santo para un roto y un descosido,  a pesar de que más de dos generaciones de nacidos en España, y sobre todo, de inmigrantes y descendientes, jamás conocieron aquella dictadura, y así  lo han mostrado las recientes elecciones del 23 de julio, con una mayoría adscrita a una estabilidad política pactista.  Evidentemente, estos  déja vu de un  pasado manchado están igual de presentes  en otras naciones  vírgenes de tacha en sus orígenes como Francia, Reino Unido o los EE. UU., sin que parezca  afectarles  internacionalmente el sambenito de una sucia historia inextinguible. Al contrario, Francia todavía pedalea sobre los momentos revolucionarios de 1789 a pesar del Terror, o de la figura de un  Napoleón conmemorado, sin ambages, en su Panteón parisino. El Reino Unido lava parte de su lastre colonial gracias a la exitosa serie The Crown, donde las peticiones españolas en torno al Gibraltar del tratado de Utrecht de 1714 se diluyen gracias a la presencia del Churchill antifascista de la Segunda Guerra Mundial, no el colonialista de Gallipoli,  ante inequívocas imágenes franquistas, pero sin mencionar ni su origen ni su  localización. Mientras tanto, en los Estados Unidos se equilibra  un  proyecto sobre sus orígenes como el de 1619 con un colegio  electoral censitario procedente de aquellos tiempos esclavistas, el cual todavía sobresee las elecciones presidenciales, consideradas mundialmente, como plenamente democráticas.

Finalmente, la  tensa evocación del 50 aniversario del golpe de estado en Chile  de Augusto Pinochet contra la coalición democráticamente elegida de Salvador Allende – anotemos  las referencias cratílicas  al emperador romano y simbólico verdugo de su Crística víctima – ha estado sembrada por una serie de batallas memoriosas entre versiones de un futuro del deseo y otro del destino, según nomenclatura de Desmond Bernal, recientemente citada por David Rieff. Análogamente, podría asimilarse a lo que  en España se caracteriza como Régimen del 78,  supuesto edificio ruinoso en demolición para  los partidarios de Podemos y ahora Sumar, frente a la España de la Transición consensuada y  defendida por la mayoría de sus protagonistas. Todo ello, en medio de este batiburrillo de la  obsesión en el que la historia, y en particular la española,  aparece incapacitada y sospechosa, atrapada entre todo tipo de paradojas pasadas y futuras, y perdida entre la espesa niebla del presente, segado por los imperativos redentores para un pasado buscado por   juvenistas desprovistos del tiempo pero obsesionados por éste, mientras otr@s se despreocupan completamente del pasado, sin fijarse en el presente más allá del más reciente tweet tendencioso sobre cualquier tema. A esto ya me he referido ampliamente en mi Entre alambradas y exilios. Sangrías de las Españas y terapias de Vichy (2017).

Frente a este comprensible marasmo, mi generación creía poder anticipar un futuro de cambio y de superación de las dictaduras que asolaban sociedades europeas como la griega, la portuguesa, la española,  aquellas del telón de acero y la U.R.S.S., o tantas latinoamericanas, africanas o asiáticas entre sangrientos conflictos como los de Indochina, contra los que  participé en EE. UU. como opositor estudiantil. Así el golpe  chileno de Pinochet  representó una involución múltiplemente dolorosa para los españoles que esperábamos el fin de nuestra dictadura sin fin, que conocíamos la tradición democrática de Chile, o la poesía de Pablo Neruda, en particular los versos de Explico algunas cosas, escritos en la madrileña Casa de las Flores por el cónsul chileno en París y facilitador de la expedición de 1900 republicanos españoles del Winnipeg a Valparaíso en 1939. Y me sigue emocionando  el recuerdo del lugar de memoria de una placa de agradecimiento en 1997 de aquellos desterrados exhibida en  su residencia de Isla Negra, donde yace el poeta, tras su misteriosa muerte pocos días después del golpe en Chile.

La  visité dos veces, junto a mi hija  y su madre, la cual  había acudido a un último simposio en homenaje a  José Donoso, mientras otro  de sus participantes, José Saramago, esperaba ansiosamente la  noticia  nunca certificada  en aquel septiembre de 1994 de la concesión del premio Nobel de Literatura; y en una segunda ocasión en enero de 2011,  de nuevo junto  a mi hija ya adulta, y mi cónyuge, cuyos abuelos y tíos habían sufrido los dolores de un exilio francés menos afortunado.

"Todos fueron entrando al barco y mi poesía en su lucha había logrado encontrarles patria. Y me sentí orgulloso". Pablo Neruda. Los españoles del Winnipeg 1937-1977
“Todos fueron entrando al barco y mi poesía en su lucha había logrado encontrarles patria. Y me sentí orgulloso …” Pablo Neruda                       Los españoles del Winnipeg 1937-1977

Y por ello, la  memoria  ha proseguido  remontado a uno de los momentos fundacionales  de mi  conciencia ciudadana,  cuando una tarde de mayo de 1970 acudía a la Filmoteca de Instituto Francés de Madrid en la calle Marqués de la Ensenada para encontrarme que la película programada, Z, del director franco-heleno, Constantin Costa-Gavras, había sido prohibida por decisión gubernativa de la dictadura franquista. Los más avezados comentaban ante la puerta cerrada del edificio  la forma en que aquella cinta  certificaba cómo las cloacas del estado podían   llevar a la involución política de una nación simbólicamente determinante para la idea democrática como Grecia. Hay que recordar  que entonces no existían las redes digitales, y que además, campaba  la censura que yo sorteaba entre  algunos escogidos  lectores en la hemeroteca del Instituto Francés en la que podía leer Le Monde,  y para España, las crónicas de Ramón Chao.

Logré finalmente ver Z años más tarde en los Estados Unidos, en el cine de Arte y Ensayo, Theater of the Living Arts en la calle South de  Filadelfia, junto a otras entregas  como Estado de sitio o La confesión, películas  en las que aparecía  uno de mis actores favoritos: Yves Montand. Pero no anticipaba todavía que el cine de Costa-Gavras estaría permanentemente ligado a mi propio itinerario intelectual. Efectivamente, tras aquellas películas que mostraban la multiplicidad de ángulos y contradicciones en las que pueden involucrarse individuos y colectividades  preocupados por la mejoría política de los suyos, se encontraba la pluma de un multifacético  intelectual español del exilio,   amigo de Montand,   autor de una estilizada biografía sobre el actor y su abyecta relación con Simone Signoret, y de su propio reflejo como militante antifranquista en La guerre est finie de Alain Resnais.  Se trataba de  Jorge Semprún, de cuya obra cinematográfica y concentracionaria  me ocuparía por extenso en algunos de mis trabajos, y su presencia en Z explicaba muchas cosas sobre  aquella prohibición gubernativa franquista  de 1970. Su  poliédrica mirada  atravesaba así  libremente las contradicciones que había extraído de su propia experiencia como antifascista sobreviviente en el  campo de concentración nazi de Buchenwald,  y como militante comunista en el Comité Central del partido español hasta su expulsión en 1964, junto a Fernando Claudín,debido a su análisis sobre un país más allá de la guerra y el exilio, a pesar de Franco.

Así me viene  de nuevo   el  cosquilleo del recuerdo ante la proyección de la película Missing, y posterior coloquio con Costa-Gavras en el centro Annenberg  de la Universidad de Pensilvania durante la primavera de 1982,  acompañado por el poeta expatriado chileno, Raúl Barrientos, – compartí  entonces amistad y tertulias  con algunos de aquellos desterrados, que habían seguido en los departamentos de español de la universidades estadounidenses el itinerario de los españoles republicanos de 1939 -. Con Barrientos, renovador intérprete versicular de la degradación urbana estadounidense, leíamos a Pablo de Rocka y   su   polémica con Neruda, charlábamos sobre los paraísos artificiales en el modernismo y la mirada de Walter Benjamin, o la modernidad en La Araucana, en la que Alonso de Ercilla  daba voz a las víctimas frente a victimarios: Chile (…) la gente que produce es tan granada,/ tan soberbia, gallarda y belicosa,/ que no ha sido por rey jamás regida/ ni a extranjero dominio sometida.    Tuve entonces  la fortuna de preguntarle al director de Missing  sobre el simbolismo  tras  la imagen  de aquel amenazante   caballo negro que inundaba la pantalla inicialmente. Y habló de la necesidad de universalizar la bestialidad que subyacía tras aquella historia, en la que buscaba  trasladar a los espectadores, en particular   estadounidenses, a pesar de la distancia temporal, un proceso de autoconocimiento y reconocimiento de los abyectos intereses de la política  internacional de los Estados Unidos, a través de la experiencia real e itinerario personal ante la desaparición de su hijo en los primeros días del golpe, de uno de esos hombres decentes de ideología conservadora. Además,  la interpretación que escala por la  creciente irritación siempre retenida ante la verdad  de un icono actoral del Hollywood de Willy  Wilder,   Jack Lemmon, añadió una potente áurea de verosimilitud a los entresijos de cómo los Estados Unidos habían movido sus intereses planetarios tras intervenciones abiertamente favorables a procesos dictatoriales como el chileno, o bien, por extensión,  podrían  tirar la piedra pero esconder la mano ante inaceptables agresiones rusas en un  conflicto actual como el de Ucrania.  En éste,  velis/nolis se benefician de esta sangría el complejo armamentístico norteamericano y toda su industria y servicios adyacentes, tras expandir su hegemonía de la OTAN más allá de las promesas de restricción  territorial  hechas a la Rusia de la Glasnost, lo cual no significa blanquear la invasión injustificable de Putin. A los  que conocemos   la no-intervención en el conflicto de la guerra de España de 1936-39 y la posterior connivencia estadounidense con la dictadura franquista,  nos surgen  una serie de preguntas  no despejadas tras esta política de intervención, en lo que son también las secuelas de conflictos y represiones endémicas, según lo descrito en Blood Lands  por Timothy Snyder.

Durante  un reciente re-visionado de la película chilena de Costa-Gavras, retornaron algunas  analogías  entre las dictaduras   franquista y  pinochetista. Como  clon de la primera – hay que recordar que junto al vicepresidente de los EE. UU., Nelson Rockefeller,  Imelda Marcos, el rey Hussein y el príncipe Rainiero, Pinochet fue el único jefe de estado presente en las obsequias de Franco -, en Chile se usaron las mismas armas de censura  ante el potente y universal mensaje del arte del director franco-heleno. O que fuera el juez español  Baltasar Garzón el que buscó la extradición del dictador chileno desde Londres a España, accionando el principio de justicia y jurisdicción  universales, en parte,  gracias a las simientes de la doctrina penalista de Luis Jiménez de Asúa transmitidas  en el exilio bonaerense a otro desterrado como Manuel de Rivacoba.  Aquél había sido el  penúltimo presidente de la República española en el exilio (1961-1970), diputado socialista y ponente principal de la Constitución republicana de 1931, y profesor de la Escuela Matritense de Estudios Superiores de la calle de la Luna 29, arrasada por el conflicto de 1936, y  regida hasta 1935 por Isidro Naharro López, mi abuelo paterno.(https://blog.umd.edu/mondinaire/2023/04/04/los-post-seniors/)

Por ello, ya pueden los negacionistas chilenos u otros intentar borrar u ocultar los desastres de la dictadura, de los sótanos donde se torturaba, de los todavía casos de desaparecidos sin aclarar, de atacar los supuestos fallos de una constitución post-pinochetista no aprobada, el cine de Costa-Gavras basado en un itinerario  de anagnórisis para el inconsciente de la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad  estadounidenses,  el documental  de Patricio Guzmán que   sutura   archivos  para plasmar el  extenso fresco de La batalla de Chile, o el del sarcasmo de El conde  de Pablo Larraín,   proseguirán mostrando cómo el mal existe,   los intereses creados impiden que la gente corriente, hasta en la panacea democrática estadounidense, obtengan justicia,  y que nuestra especie está capacitada para  discriminar entre verdades y mentiras gracias a nuestra revolucionaria identidad  cognitiva en permanente proceso de creatividad cultural.

Paradójicamente, este   20 de agosto de 2023  del triunfo globalmente modernizador de las mujeres  balompédicas  españolas,  coincidió  con la exhumación del osario franquista de Cuelgamuros,  y entrega a sus familiares de los restos de víctimas del conflicto y la represión iniciada en  1936, mientras que sospecho que algunos apegados a los imaginarios del nacionalismo antisajón aplaudían la victoria reivindicadora sobre la Pérfida Albión. Mientras,  se significaba urbi et orbi  otra selección de apellidos de indudable transparencia significativamente  cratílica:   Bonmatí, Paredes  o Hermoso, esta última, además,  estrujada en  la supuesta belleza del nomenclator por la patanería y lo que algun@s letrad@s califican como una vejación injusta, ahora no discriminable a partir de la reforma del artículo 178 del Código Penal español que lo enmarca todo como agresión sexual,   de este  anti-Rubiales: ni rubio, ni joven, ni protocolariamente acorde por  sus zafios gestos de testosterona endógena desbocada, ¿dopada también por alguna sustancia exógena? Comme c’est curieux, comme c’est bizarre et quelle coincidence!/¡qué curioso, y qué extraño y vaya coincidencia!, como lo  habrían expresado meridianamente   el matrimonio Martín en La cantatriz calva del franco-rumano expatriado Eugène Ionesco.

Pero un  breve recorrido por la prensa estadounidense de estos días, como el New York Times, influyente publicación de un país en donde el fútbol femenino y otros deportes, — frente al fútbol estadounidense de contacto,  son  practicados masivamente por  niñas y mujeres, en equipos femeninos y mixtos – no deja lugar a dudas por sus titulares  sobre  los lugares comunes que prosiguen tiñendo muchos éxitos procedentes de las Españas. Por las Españas, me refiero a la nomenclatura plural  que aparecía en el Estatuto de Bayona de 7 de julio de 1808 y la Constitución de Cádiz de 19 de marzo de  1812. La utilizo en otras publicaciones, desde un punto de vista cultural incontrovertible, sin menoscabo de la entidad política de nación llamada España,  reconocida desde hace más de dos siglos, y así referida por primera vez en el título real de José Bonaparte, rey de España, en tratados internacionales, o en la Constitución de 17 de junio de  1837, donde la reina Isabel II es soberana de las Españas (para referirse también a otras representadas por lo que quedaban de  colonias ultramarinas) mientras que  el artículo 1 habla del  territorio de España.

Antes de que apareciesen las imágenes de todo  el grosero folletín que ha permitido rellenar portadas romas de prensa amarilla y del verano,   cacarear a programas basura televisivos y otros, y enfrentar aún más a los cuñaos de las ya cansinas tertulias familiares y colectivas,  el NYT titulaba muy significativamente la crónica de Rory Smith, periodista basado en Inglaterra:  For Spain, a World Cup Title Built on Talent, Not Harmony/ Para España, un título mundial basado en el talento, no la armonía. Y así parecía disminuirse  el esfuerzo y éxito colectivo  de las jugadoras del equipo de las Españas, que supongo  practican, a pesar de todo,  un deporte de equipo regido en la actualidad,   por la FIFA, siglas transnacionales de la Fédération Internationale de Football Association, [mi énfasis],    en su origen, un deporte en común.  Dicho titular, se podría parodiar   en aires de la manosfera  de estos  tiempos, para apuntar de nuevo a una especie de talentosas  Quijotas que se habrían paseado lanza en ristre para así deshacer los entuertos que  dañaban a  menesterosas doncellas, oprimidas por los abusivos gigantes masculinos.

Al final y principio de la crónica del NYT, subyacían afirmaciones  implícitas que de nuevo sustituían  el aparente seny  de los otros equipos por una cierta  rauxa, rasgo  tan estereotípicamente catalán de Vicens Vives, en diálogo con el concepto anterior teorizado por el emigrado Josep Ferrater Mora, – todo ello, envuelto entre algunos comentarios sobre  la aportación de jugadoras del equipo del  Barcelona -.  Frente al caos,  los esperados detalles estándar y culturalmente estereotipados a partir de la rectitud moral original extraída de la cuna inglesa del fútbol: una chiripa al estilo de la fábula dieciochesca del  Burro flautista de Tomás de Iriarte, mantenida sobre todo por el talento inigualable de una jugadora como la catalana Aitana Bonmatí, la mejor del torneo:

To win a World Cup, everything usually has to be perfect. The manager and the players have to exist in harmony. The squad has to be in delicate balance: between talent and tenacity, youth and experience, self-belief and self-control. A team needs momentum, and good fortune, and unity. Spain, in the year preceding this year’s Women’s World Cup, had none of those things […] It is not possible to obtain [a world cup]  unless everything is just right. Unless, as Spain proved, you have the talent — bright and clear and irresistible — to make sure nothing can go wrong. Para ganar una copa del mundo, normalmente todo tiene que ser perfecto. El entrenador y las jugadoras tienen que convivir en armonía. El equipo tiene que conseguir un delicado equilibrio: entre el talento y la tenacidad, entre la juventud y la experiencia, entre el autoconvencimiento y el autocontrol. Un equipo necesita una dinámica positiva, buena suerte y unidad. España en el año precedente a esta Copa del Mundo femenina no tenía nada de esas cosas. No es posible ganar […] a menos que todo esté en su punto. A menos, como lo probó España que tengas el talento — brillante, despejado e irresistible — para asegurarte que nada irá mal.

Una alineación arbitraria de las estrellas,  casi inevitable  en los   imaginarios culturales  sobre lo español,  lo catalán incluido, que vuelve y revuelve en muchos discursos foráneos, a los  que hay que añadir, la zafiedad, la grosería, el machismo, la truculencia, la chulería, la extorsión procedentes de los aledaños de la caseta femenina española que han  enfrentando a la   Federación española y a las valientes y resistentes  jugadoras – condimenten a su gusto la ristra de estos despropósitos  para más enjundia del NYT y otros observadores -.   Así anunciaba este mismo periódico  en su sección de Internacional, no la de  Deportes, el 5 de septiembre, más de dos semanas después, el cese del entrenador de fútbol femenino o la dimisión el 10 de los corrientes del presidente, dentro de una especie de nuevo  Me Too español, el cual certificaría que nos encontramos, desde luego, en tiempos muy poco franquistas.  Y así  se refería paradójicamente a la fosa entre la tradición machista (palabra de origen española asimilada a tantas lenguas) y un aparente progresismo vanguardista, sutil paradoja también para  el uso del concepto de tradición que el exiliado en 1936 a EE. UU., Juan Ramón Jiménez, ya había explicado con  su modernismo,  lejos  de este cacofónico peloteo periodístico: divide between the country’s traditions of machismo and more recent progressivism that has put Spain in the European vanguard on issues of feminism and equality/La división entre las tradiciones locales del machismo y  el progresismo reciente que ha situado a España en la vanguardia europea en temas como el feminismo y la igualdad.

No creo  confundirme, cuando afirmo que la imagen de España nunca  había gozado de  más titulares seguidos en dicho diario, si exceptuamos la época de la guerra cubano-hispano-estadounidense de 1898, y de la Civil española de 1936-39. Nunca he entendido ese dicho, reflejo de la histriónica vanidad exhibicionista de estos   tiempos, de ser preferible el que hablen mal de uno al silencio, y si el orden  de los factores  no altera el producto matemáticamente, el de la jerarquía sintáctica sí puede desvelar  prejuicios y favoritismos. La imagen de España seguiría  así encadenada más al  país de sanbenito por  los gestos simbólica y abrumadoramente machistas de dicho  patán deportivo y adláteres,  que al de los logros, no sólo deportivos de esas mujeres, sino de tantas artistas, científicas, humanistas, voluntarias, etc. españolas, – una de ellas recientemente fallecida  en Ucrania – y de sus correspondientes ejemplos masculinos que no muestran un ápice de dicho repulsivo comportamiento, y que casi nunca aparecen en portadas y noticias. Y todo,  claro,  con el máximo respeto en estos días de alto voltaje habitual sobre temas de género, de nacionalidades patrias…

Una retahíla de cortacircuitos  que se añaden a esos déficits democráticos de los que  algunos  siguen acusando  también a la negada  nación colectiva, hasta tildarse de exiliados, mientras se ufanan  de Las contribuciones de Catalunya al progreso social y político de Europa a lo largo de su historia, exposición inaugurada en el Parlamento Europeo por Carles Puigdemont y Toni Comín (etimologías respectivas  para el que sube a la montaña, y  de comino, – éste último, además  poco respetado  en el acervo popular -). Se destacaba en la citada muestra, el Consolat de Mar, institución pionera en la legislación marítima y mercantil; la creación del Sindicat agrario Remença; el Tribunal de Contrafaccions, considerado un antecedente de los tribunales constitucionales modernos; y finalmente, la huelga de la Canadiense en 1919, en la que también participó  una población obrera no catalana y de otros sectores,  procedente de  otros lugares del territorio español,   antiburguesa e internacionalista de la CNT  en su lucha contra  la  patronal  catalana en la Barcelona Traction, Light and Power Company, Limited, de fundación canado-estadounidense,  tras la que se logró la aprobación de la jornada laboral de 8 horas en toda España.

 Entre la estridencia del debate sobre las nacionalidades periféricas y  los esfuerzos separatistas y separadores de partidos anti y pro-españolistas Herderianos, hace tiempo que se defiende desde las filas indepes  y el teórico progresismo federalista como el esgrimido por Pablo Iglesias et al, la rectitud semántica de autocalificarse o  llamar a Carles Puigdemont,   exiliat/exiliado,   onomásticamente el  que se tira al monte. Depende del prisma con el que se le enfoque: puede ser un Cristo contemplador, sermoneador y redentor desde el Monte de las Beatitudes a su  pueblo perdido,  o un Anticristo apocalíptico y tentador, Segundo Satanás que se levanta en el Monte Quarantania ante el Mesías socialista Pedro Sánchez, al que se le entregarían las escasas pero únicas   riquezas materiales de los siete representantes de Junts per Catalunya para formar su gobierno,  mientras se perdería espiritualmente España en manos de la división y a cambio de una amnistía para los políticos catalanes involucrados en el Procès desde 2014. Sesudos debates enfrentan a juristas tocados por diversas  banderas para rizar el rizo de la justificación postelectoral de la  amnistía sobre procedimientos judiciales en marcha contra estos expatriados y otros, acusados  de malversación, sin duda,      responsables políticamente  últimos de la  unilateralidad de ciertas  decisiones tomadas en Catalunya, que como  siempre pueden servir para enfrentar, entre otros,  a catalanes, también españoles velis/nolis  en dicho territorio. Mientras,  otros se tiran los platos sobre las posibilidades de referendos de secesión y sus diversas articulaciones. Curiosamente, según el  letrado Javier Melero, defensor de políticos catalanes involucrados en el Procès,  Jiménez de Asúa se había explayado en 1931 sobre la conveniencia de alejarse de las amnistías, ideal  y románticamente,  en aras de leyes justas y longevas, muy desencantado  posteriormente a partir de la guerra de España  por la política de los  defensores de Galeusca,  los cuales  lograron desde el exilio hacer pervivir la idea plurinacional  en democraciahasta en las filas del PSOE.

De regreso a exilio, se trata de término, cuyo abuso terminológico esconde su incorporación relativamente reciente al léxico peninsular, ya que su origen galicista, solo se puso en circulación a través de la presencia de desterrados, emigrados, o refugiados, españoles en América Latina, a partir de la Guerra de las Españas de  1936-39, allí donde los  galicismos, éxil y éxilé,  del latín exilium, eran mucho más frecuentes. Y tienen razón los  defensores del término para los indepes si les atribuimos, en este caso,  estrictamente la acepción segunda del diccionario de la Real Academia de la Lengua Española como  expatriación, generalmente por motivos políticos, es decir desplazamiento motu proprio, donde siempre hay que  probar  la  persecución opresora de un régimen por motivos antidemocráticos. Pero se yerra si consideramos expatriado como sinónimo de exiliado, y se obvian los contextos histórico-políticos que deben colorear dicho ostracismo por prohibición  ideológica y razones totalitarias,   debido a la intolerancia opresora de un régimen. Persecución, falta de derechos fundamentales que rodean los exilios modernos, los cuales  se generalizan a partir de la aparición de sistemas  liberales con constituciones que garantizaban procesos de participación paulatinamente populares en las decisiones colectivas de las naciones.   Exilios que cobran carta de naturaleza moderna  a partir del S. XVIII (en particular la Declaración de Derechos del Hombre, así lee la francesa del 4 de agosto de 1790) o el artículo 120 de la Constitución Montagnarde de 1793, nunca aprobada,   que señala que Francia daba acogida a los huidos  de la tiranía y debía perseguir  a quienes la fomentaban, como origen de lo que sería   la convención de Ginebra del siglo XX  sobre refugiados.

Y ya sé que algun@s lectores aducirán que el señor Puigdemont precisamente defendía dicha participación popular respecto de lo que Charles Tilly  califica como  naciones sin estado de aspiración estatal (state-seeking nationalim). Pero es que para    las Naciones Unidas,  España,   dudosamente aceptada en 1955 en plena dictadura franquista, gracias a los intereses occidentales de la Guerra Fría,  hoy es un estado-nación de pleno derecho constitucional,  exento de colonias abiertas a la autodeterminación:  excepto la de su antiguo territorio del Sáhara occidental, abandonado unilateralmente por el Sr. Sánchez a los intereses israelo-estadounidenses de Marruecos en 2022, al asumir una política del síndrome de Almanzor (Mangas en Aragón) por la que ha descubierto el  flanco sur al errático y chantajista  tacticismo marroquí,  a través de una  emigración descontrolable  desde Ceuta, Melilla o de las aguas canarias, mientras cuán largo se lo fían a Bruselas, sin brújula para la inmigración.  España respeta hoy los derechos fundamentales de sus ciudadan@s,  desde luego, mediante la libre expresión en las  urnas,  o gracias a  otras leyes muy avanzadas, todo constitucionalmente amparado  por una Carta Magna de 1978, mejorable  desde luego, y hasta desmejorable como para cualquier texto legal (como lo mostró recientemente la ley conocida y enmendada como la del Sí es Sí).  Así puede ocurrir para  cualquier escrito trastocado  por cualquier  mente  supuestamente Sapiens, como lo  expresa   Adriano en sus  memorias fictivas  de Margarite Yourcenar  cuando señala que las leyes cambian menos deprisa que las costumbres; son  peligrosas cuando llevan retraso sobre estas;  y aún más cuando se adelantan a sus tiempos (elles changent moins que les mœurs; dangereuses quand elles retardent sur celles-ci, elles le sont davantage quand elles se mêlent de les précéder).

Por ello, eduquemos ante el  abuso manipulador de la semántica e historia naturalizables con la que buscan  legitimarse   los  nacionalismos de corte Herderiano de la tierra y de la sangre modernamente representado por sus Diadas en Cataluña,  Aberri Eguna en Euskadi, nieblas célticas en Galicia,   o presencias  remotamente  hispanas  desde tiempos de Trajano o Adriano, y hasta de Atapuerca.  Y en el caso catalán, a través de  un    supuesto  origen  de derrota y exilio para  sus   partidarios austracistas antiborbónicos en un conflicto internacional de intereses monárquicos absolutistas mundiales, y con intereses económicos para los industriales locales del aguardiente probritánicos. Poco tienen que ver con los diversos destierros de liberales (etimológicamente término  español emanado del Cádiz de 1812 y todavía presente en el único monolito sobreviviente de aquella constitución en San Agustín de la Florida) o de  defensores  de la Primera o Segunda República, que tuvieron que huir para evitar, como sabemos en el último caso, las fosas comunes. Esperemos que la   ley de Memoria Democrática de 2022 permitirá   desterrarlas, por  fin,  a los archivos de la historia.

Plaza de la Constitución, San Agustín de la Florida, EE. UU.

 Hora de los ilusos para quizás empezar a olvidar los  determinismos semántico-territoriales, la preeminencia de lenguas identitarias en nuevos  estados nacionales   frente a las obvias ventajas de l@s políglotas comunicadoras  ibéricas, incluida Portugal,   por ejemplo, como la del espacio bablista desde el que escribo. Las convenciones de Hermógenes frente al teórico naturalismo de Crátilo, sin olvidar los peros de Sócrates, allí donde habitan la riqueza y el respeto  cultural a las fablas de y por todas partes, y la representación y/o reforma  política  para la estabilidad y acomodo de las minorías muy ampliamente garantizadas por el estado de las autonomías. Pero evitemos los ánimos subterráneos de fer país al  reconformar  imaginarios lingüísticos,  acomodar la historia, reconstruir  el habitus y así  justificar rupturas patrias,   con el espectro de la Torre de Babel europea al fondo,   de lo que antes estuvo separado en momentos que poco  tenían que ver con la pluralidad unitaria pero  democrática del presente. Y siempre con exquisita observación de los derechos de los disidentes sin detrimento para las mayorías, y sin tácticas subterráneas, sobre todo,  por parte del poder estatal: esencia de la democracia.  Y sin olvidar que esta tampoco cercena los derechos a  una hipotética autodeterminación,  a partir ciertamente de complejos mecanismos que garantizan la estabilidad constitucional de las naciones de la Unión Europea, y  reglados por y para todo el electorado español, no sólo unos cuantos acogidos  a una parte de la  tierra, y hasta elegidos por   la sangre.

Y cordura ante los nacionalismos separadores que François Mitterrand asociaba a la guerra, y que no han dejado de mostrar en tantas naciones de nuevo cuño los peligros de sus vellocinos secularizados por la supuesta identidad (Tortella Casares  & Quiroga Valle), o como lo exhiben algunas  raíces  del conflicto de Ucrania, del que se ha hecho muy poca pedagogía, a partir de lo que significa la agresión injustificable de Putin –nunca es todo unilateralidad –. Y recitar en momentos de nuevas pesadillas nacionalistas cual ¿cínico? mantra ante lo reciclable,  parte de lo escrito en el preámbulo de la Declaración de Independencia estadounidense de Filadelfia en 1776:  La prudencia, de hecho, dictará que los gobiernos establecidos desde hace mucho tiempo no deben cambiarse por causas ligeras y transitorias. Y en consecuencia, toda la experiencia ha demostrado que la humanidad está más dispuesta a sufrir, mientras que los males sean sufribles, que a corregirse aboliendo las formas a las que están acostumbrados.

Tampoco  mentemos  guarismos catastróficos y casos  excepcionales, por ejemplo en torno  a un  supuesto tope  de longevidad en momentos políticos de nuestra historia.  De ello hablaba  un descreído Pío  Baroja al atribuirle mala suerte a nuestro pasado liberal   hasta la Segunda República, o recientemente Felipe González al referirse a  la Restauración, Dictadura de Franco y período constitucional post 1978,  como si fueran fruto de algún  azar repetitivamente hispano, círculo vicioso  de enfrentamientos esencialistas entre varias  Españas.  Un  constitucionalismo ciudadano, igualitaria y proporcionalmente  distributivo puede ser  garantía para   evitar y superar dicho catastrofismo. Todo ello, ante  las diferencias fiscales del cupo que benefician significativamente a Euskadi y  Navarra,   frente al cansino negociado presupuestario anual  del resto,  adscrito a la insolidaridad interterritorial o ¿Qué hay de lo míoY  así, regenerar  formas del habitus del pasado, cuando un presidente como Leopoldo Calvo-Sotelo recibía frecuentemente en La Moncloa, al que entendía sería su sucesor, Felipe González, no como enemigo político sino como un adversario que tendría que seguir  encargándose de la res publica (Calvo-Sotelo, López de Celis). Y  descreer de héroes y heroínas  del Olimpo de los diversos nacionalismos triviales y esencialistas, frente  al  trabajo y la planificación consistente y armónica de tantos ciudadan@s que, como referido,  hasta en momentos de dictadura y exilio, y desde luego en democracia,  siempre han contribuido  en sus  Españas a  la mejora de aquel y este  país llamado España, donde como reclamaba para la producción artística de la especie, la visitante de 1936, Simone Weil, la mayoría  parece atender más al arte de lo negativo que al de la bondad.

                                                                        BIBLIOGRAFÍA

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